El Reina Sofía dedica al artista estadounidense de la segunda mitad del siglo XX James Lee Byars una muestra de una belleza que roza lo sublime, y que constituye “una reflexión místico-estética-existencial sobre las ideas de perfección y ciclicidad, las formas de representación y desmaterialización de la figura humana”.
En la búsqueda incansable de la perfección, que le obsesionaba, James Lee Byars (Detroit, 1932 – El Cairo, 1997) aceptaba la inutilidad de alcanzarla: “Afirmo la perfección porque es imposible”. “Perfecta es la pregunta”, declaraba también. Como apunta el comisario de la exposición, Vicente Todolí, “la pregunta es duda, con lo cual la perfección es duda”. Preguntas hay en muchas de las obras de la exposición, que servían como pretexto para exhortar al público e interrogarle, como a él le gustaba: por ejemplo, The Figure of Question Is in the Room [La figura de la pregunta está en la sala], 1986, simboliza la pregunta como creencia estética. A finales de los años sesenta creó The World Question Center, una organización ficticia a través de la que contactar a científicos y pensadores de distintas ramas de conocimiento para que formulasen la pregunta que considerasen más urgente del momento. “Perfecta es la pregunta” es, pues, el título elegido para la exposición del Reina Sofía, que tiene lugar en el Palacio de Velázquez, en el parque madrileño del Retiro.
Su obra podría calificarse también como “simbolismo abstracto”
Se dice que la obra de James Lee Byars era inclasificable, que estaba fuera del marco del arte en los años sesenta y setenta. Cercano al arte conceptual, al Fluxus, al minimalismo, no quería encerrarse en ninguna de estas categorías. Pero quizá “minimalismo barroco” sea una buena etiqueta (si es que hay que elegir alguna) que se adecue a su estética y a sus valores. Sus piezas son sencillas, abstraídas, reducidas a la mínima expresión, y a la vez su carga estética es potente, recargada, exuberante. Los materiales escogidos son preciosos, puros: el mármol, el oro, el vidrio, la seda; las formas, geométricas, simples: la esfera, el triángulo, el cuadrado, el cilindro; los colores, monocromos: el blanco, el negro, el rojo, el dorado. El azul lo utilizó al final de su vida para referirse al cosmos, al cielo, como evocación de su obsesión por la trascendencia y la inmortalidad. Son piezas de una abstracción que se contrapone a su significación, condensada. Por eso, su obra podría calificarse también como “simbolismo abstracto”. Siempre hay etiquetas posibles, si se las busca bien.
Sus obras son pensamientos visuales que adquieren una forma material transitoria
En total podrán verse 17 instalaciones, acompañadas de una abundante documentación en una de las salas que ayuda a poner en contexto su obra y a materializar su personalidad. Allí pueden verse, entre múltiples cartas y postales enviadas a sus galeristas y amigos, invitaciones a inauguraciones de exposiciones o vídeos que documentan varias de sus performances (o plays, como Byars las denominaba), uno de sus trajes más célebres, en lamé dorado, y su icónico sombrero de hechicero. Byars vestía siempre monocromo.
Reflejo de una personalidad enigmática y excéntrica (no puede pensarse su obra sin recordar su apariencia, sus gestos y su presencia), las instalaciones y performances de Byars proponen una experiencia estética trascendental, en busca constante de valores absolutos como la eternidad, la verdad, la belleza o la pureza. Sus obras son pensamientos visuales que adquieren una forma material transitoria, y que mediante un proceso de reducción formal y cromática alcanzan un simbolismo de perfección. En Red Angel of Marseille (obra de 1993 que abre el recorrido, monumental instalación compuesta por unas 1000 esferas de vidrio, y que existe en varias versiones con otros colores y formas), el arabesco simétrico remite a la imagen de un ángel cuyo color, rojo, encarna el principio de vida y de inmortalidad.
La obra de Byars es exuberante y rica, también, en lo que a alusiones se refiere. Su trabajo es un puente entre Oriente y Occidente, entre el pensamiento occidental —y su herencia del idealismo platónico— y la espiritualidad de las filosofías orientales. Porque Byars, en realidad, se formó en Japón; allí pasó un total de siete largas estancias, desde 1958 hasta 1967, dando clases de inglés. El aprendizaje de esos años se trasluce en su obra, donde se percibe claramente la influencia del budismo, el zen, el teatro nō, los haikus o la caligrafía oriental. Su propia escritura era florida, estrellada, minuciosa en su creación. Dicen que, al tener que rellenar el formulario de registro de un hotel de Barcelona en el que se iba a alojar, dedicó 15 minutos a la tarea.
Después de los años de formación en Japón pasó el resto de su vida itinerando de un sitio a otro. El Cairo y Venecia fueron sus otros dos puntos de anclaje. Buena parte de la década de los ochenta la pasó en la ciudad de los canales, puente histórico entre Oriente y Occidente; falleció en El Cairo “por accidente”, en medio de un cáncer del que se estaba tratando en un hospital estadounidense, y del que se escapó con ayuda de amigos.
Esta es la tercera de las exposiciones comisariadas por Vicente Todolí, quien ya se encargara de la primera retrospectiva, en 1994, en el IVAM de Valencia, y de la segunda, preparada en vida del artista pero inaugurada pocos meses después de su muerte, en la Fundación Serralves de Oporto. Todolí es ahora el intérprete de su obra, el hacedor de la coreografía en que consiste toda exposición de Byars. Como contaba el comisario en la inauguración en Madrid, “para James Lee Byars toda exposición era una coreografía; no son solo las obras, es el espacio donde están las obras. Él siempre respondía a ese espacio, porque la obra es la suma de la pieza y del espacio alrededor; por eso cada vez es diferente”. Como cada exposición se adapta de manera distinta al espacio, la exposición que tiene lugar en el Palacio de Velázquez no tiene nada que ver con la que se celebró en el Pirelli HangarBicocca de Milán, primera sede de este proyecto coproducido entre las dos instituciones. Si en el Hangar el espacio era industrial y diáfano, no articulado en galerías, de paredes negras que aumentaban la teatralidad de la puesta en escena por contraste con el escenario, el Palacio de Velázquez destaca por la simetría de sus espacios de finales del siglo XIX, estructurado en salas de un blanco purísimo que resalta más aún la pureza de las piezas.
Como colofón de una serie de actividades dedicadas al artista, el próximo miércoles 26 de junio el escritor, poeta y filósofo Ignacio Gómez de Liaño dará una conferencia titulada Materia-Idea-Mandala en el edificio Nouvel del Museo Reina Sofía (Auditorio 200); y el sábado 29 de junio se realizará una reactivación de las obras de Byars, con varias performances en el propio espacio de exposición, en el Palacio de Velázquez.
(James Lee Byars. Perfecta es la pregunta, Palacio de Velázquez, Museo Reina Sofía de Madrid. Hasta el 1 de septiembre de 2024)