La historia del arte tiende a poner el foco sobre los artistas que, en calidad de genios, habrían ido desarrollando y desplazando las corrientes artísticas, que nos habrían brindado, para nuestro disfrute, reliquias artísticas preservadas por los siglos de los siglos. Pero la historia del arte no es únicamente -o no debería ser- la historia de estas figuras heroicas, tal y como se nos presentan en las salas de exposiciones y en los libros, sino también de quienes han protegido y conservado las obras de arte que hoy conocemos y que podemos contemplar en los museos. Lo que hoy vemos y sabemos que existió, muy bien podría haber desaparecido; con extrema facilidad podría haberse esfumado de un plumazo sin apenas dejar constancia. De esta angustiante contingencia del relato histórico, pero también de este esfuerzo verdaderamente heroico por no relegar el patrimonio a la desmemoria y la absoluta disolución nos habla la exposición Arte Liberata 1937-1947, que se exhibe hasta el 10 de abril en Roma (en la Scuderie del Quirinale) y que nos cuenta cómo un grupo de funcionarios supieron proteger de las bombas y del expolio nazi, con ingenio e intuición, miles de obras de arte. Una serie de hombres anónimos se dedicaron a conservar, en fortificaciones, sótanos y domicilios, pinturas de Piero della Francesca, Botticelli, Tiziano y Luca Signorelli, entre otros maestros. Algunas de estas obras están hoy día reunidas en esta exposición en Roma, dedicada a esta decisiva labor: el arte de salvar el arte.
Lo que conocemos, lo que vemos, lo que aprehendemos, siempre es solo la punta del iceberg. Así sucede en la contemplación estética de una obra de arte, de la que únicamente somos conocedores, en la mayoría de los casos, de su visión más inmediata, imaginando inevitablemente posibles relatos y proyectando sobre ella distintas lecturas, comprensiones y entendimientos epistémicos y estéticos. Arte Liberata 1937-1947 pone de manifiesto cómo esta parcialidad estética también será siempre histórica, puesto que en los museos se exhibe aquello que se ha preservado, siendo imposible exponer lo destruido, muchas veces incluso saber de su existencia préterita. Es por eso que, a quienes lucharon por conservar lo que hoy podemos disfrutar, les debemos tanto. Pero, pongamos el foco, en esta ocasión, sobre aquellos funcionarios, sobre este caso en concreto que vehicula la exposición Arte Liberata 1937-1947.
Se trata de en homenaje obligado a las mujeres y hombres que, en la dramática contingencia de la guerra, interpretaron su profesión en nombre de un interés común
En la exposición temporal Arte Liberata 1937-1947 ofrece una selección de más de un centenar de obras de arte de las 12.000 rescatadas por este grupo de funcionarios y devueltas a su país, en su mayoría pinturas, pero también esculturas, cerámicas, tapices y manuscritos (incluida la correspondencia y las partituras de Rossini) cedidos por unas 40 iglesias, museos y bibliotecas de distintas ciudades italianas (Ancona, Ascoli Piceno, Bolonia, Cassino, Civita Castellana, Fabriano, Florencia, Gaeta, Jesi, Lucca, Milán, Nápoles, Palermo, Pesaro, Roma, Turín, Urbino, Venecia y Viterbo), y nunca antes expuestas juntas. Se trata de en homenaje obligado a las mujeres y hombres que, en la dramática contingencia de la guerra, interpretaron su profesión en nombre de un interés común, conscientes de la universalidad del patrimonio que había que salvar.
De esta forma, en el centro del proyecto expositivo se encuentra la clarividente acción de tantos funcionarios de la Administración de Bellas Artes -muchos de ellos jubilados a la fuerza tras negarse a adherirse a la República de Saló- que, asistidos por historiadores del arte y representantes de la jerarquía vaticana, se convirtieron en intérpretes de una gran empresa de salvaguardia del patrimonio artístico y cultural. Entre ellos estaban Giulio Carlo Argan, Palma Bucarelli, Emilio Lavagnino, Vincenzo Moschini, Pasquale Rotondi, Fernanda Wittgens, Noemi Gabrielli, Aldo de Rinaldis, Bruno Molajoli, Francesco Arcangeli, Jole Bovio y Rodolfo Siviero, agente secreto y futuro ministro encargado de la restitución. En definitiva, fueron personas que, sin armas y con medios limitados, tomaron conciencia de la amenaza que se cernía sobre las obras de arte, tomando partido en primera línea para impedirlo, conscientes del valor educativo, identitario y comunitario del arte. La exposición recompone, por tanto, la trama de un complot tejido con muchos hilos: algunos ya han sido relatados, otros habían caído en el olvido y ven la luz en esta ocasión; todos ellos constituyen piezas fundamentales para contar una historia heroica y, en su complejidad, poco conocida. Adentrémonos ahora a conocer más sobre su labor mesiánica y sobre aquellas obras que preservaron para la posteridad y que hoy se exhiben en Roma.
Fueron personas que, sin armas y con medios limitados, tomaron conciencia de la amenaza que se cernía sobre las obras de arte
Como la Alemania nazi, que formó un grupo (Monument Men) de 348 personas que trabajaron en la sección de Monumentos, Bellas Artes y Archivos (MFAA) de Asuntos Civiles durante la Segunda Guerra Mundial para recuperar y restituir los tesoros culturales saqueados por los nazis, Italia tuvo su propia versión similar de los Monument Men. Historiadores del arte, arqueólogos, bibliotecarios, directores de museos, superintendentes y funcionarios de la Administración de Bellas Artes, pero no soldados, trabajaron clandestinamente tras la firma del eje Roma-Berlín (1936), sobre todo antes y durante el combate, para proteger los monumentos italianos de los daños de la guerra, ocultar los tesoros artísticos italianos de los nazis que querían robarlos para Alemania, mantenerlos ocultos de los saqueadores alemanes y de las bombas tras el armisticio de 1943 y, por último, recuperar las obras de arte llevadas a Austria para el Führermuseum de Hitler en Linz y la colección privada de Göring en Carinhall.
Tras el Eje Roma-Berlín, Hitler confiaba en poder exhibir el Discóbolo Lancellotti, una copia en mármol romano del siglo I d.C. del bronce original de Myron, como pieza central de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, pero una ley de 1909 establecía claramente que la estatua que codiciaba no podía salir de Italia. No obstante, en 1937, gracias a la intercesión del príncipe Felipe de Hesse, el culto esposo de Mafalda, la segunda hija del rey Vittorio Emanuele III de Italia, que murió en Buchenwald en 1943, Galeazzo Ciano, yerno de Mussolini y Ministro de Asuntos Exteriores de Italia, accedió a «vender» la estatua a Hitler por una miseria: 5 millones de liras. La primera de las tres secciones de Arte Liberata, «Exportaciones forzosas y mercado del arte», se abre con esta estatua.
También se exponen aquí fotografías de maquetas para el Führermuseum (que nunca llegó a construirse), una estatua de bronce del siglo I d.C. de un bebé ciervo de la Villa de los Papiros de Herculano que Göring confiscó y colocó en su jardín de Carinhall, expuesta aquí delante de una fotografía ampliada de él con Hitler admirando la estatua. Cerca se encuentra el libro de contabilidad de Göring con su lista numerada meticulosamente escrita a mano de las muchas obras de arte italianas que Hitler planeaba «comprar» para Alemania. La compra del Discóbolo fue la señal para Giuseppe Bottai, el ministro de Educación italiano y los intelectuales y directores de museos italianos.
La sección 2, «Desplazamientos y rescates», incluye numerosas fotografías que documentan cómo los monumentos y museos son cubiertos con andamios, embolsados con arena y protegidos contra incendios, y cómo las obras de arte son embaladas y conducidas de noche, sin luces, en coches particulares y camiones, con gran riesgo personal y sin fondos para combustible, hasta escondites. El protagonista de este tour de force fue Pasquale Rotondi, un joven superintendente que en junio de 1940 creó un depósito nacional para unas 6.000 obras maestras de Urbino, Venecia, Milán y Roma en los sótanos del Palacio Ducal de Urbino, y en 1943 para otras 6.000 en Sassocorvaro y Carpegna.
La tercera sección, «El final del conflicto y las restituciones», se divide en dos partes. La primera cuenta la historia, ciudad por ciudad, de los valientes colegas de Rotondi y de cómo, cuando ya no quedaba sitio en los depósitos, gracias a Rotondi y al historiador del arte Giulio Carlo Argan -más tarde alcalde de Roma (1976-1979)- y a Giovanni Montini, secretario de Estado del Papa Pío XI -más tarde arzobispo de Milán y aún más tarde Papa Pablo VI-, las obras de arte se ocultaron en la Ciudad del Vaticano y en la abadía benedictina de Montecassino. Irónicamente, cuando la abadía se convirtió en la línea del frente, las tropas nazis estacionadas allí convencieron al abad Gregorio Diamare para que les permitiera conducir los tesoros de la abadía y las obras de arte ocultas a un lugar seguro en el Vaticano.
Sólo los objetos de los judíos italianos y el contenido de la Biblioteca Judía de Roma no llegaron a encontrarse
La segunda parte trata de la colaboración de las autoridades italianas con los Monument Men, en particular para la recuperación y devolución a Italia de unas 6.000 obras de arte robadas por los nazis. Un panel explica que el 98% de las obras de arte de los inventarios italianos, las escondidas en Italia y el Vaticano y las llevadas a Alemania, han sido devueltas. Entre las obras más famosas expuestas en Arte Liberata están: la Dánae de Tiziano, que Göring colgó en su dormitorio, el retrato de Manzoni de Hayez y el de Enrique VIII de Holbein, la Crucifixión de Signorelli, la Virgen de Senigallia de Piero della Francesca, que Rotondi escondió bajo su cama junto a la Tempestad de Giorgione. Sólo los objetos de los judíos italianos y el contenido de la Biblioteca Judía de Roma no llegaron a encontrarse. El último artefacto, el Busto de Cristo de terracota del siglo XV de Matteo Civitali, procedente de Lucca, descubierto para su venta en un catálogo de subastas y valorado en más de un millón de euros, regresó de Alemania en diciembre de 2017.
Como se puede comprobar con la exposición Arte Liberata 1937-1947, son numerosos los malabarismos y esfuerzos que se realizaron en el pasado por preservar un patrimonio que, de otra manera, habría desaparecido, se habría olvidado o destrozado, y que hoy en cambio podemos contemplar en los museos de historia como algo inmutable. Aunque no eran artistas sino funcionarios, quienes salvaron de su exilio o demolición estas miles de obra desempeñaron una labor prodigiosa, creativa y que debe ser recordada, puesta en valor y admirada; un arte peculiar para con el arte, para con las obras de arte; un arte como artimaña, como artesanía mesiánica: el arte de salvar el arte.
(Arte Liberata 1937-1947, en Scuderie del Quirinale, Roma. Hasta el 10 de abril de 2023)