Cuadros que se leen y libros que se contemplan. Así describe su obra el artista estadounidense Ed Ruscha (cuya pronunciación sorprendería a un español1Véase el reciente artículo de Iker Seisdedos en El País.). Caminando siempre entre diversas categorías, entre el arte conceptual y el pop art, el dadaísmo y el expresionismo abstracto, el diseño industrial y el land art, el célebre reportero gráfico de los horizontes de Los Ángeles es, a sus 85 años, homenajeado en una gran exposición en el MoMA de Nueva York. La exposición se presenta como uno de los acontecimientos expositivos del otoño. Él, que no quería retrospectivas.2Irónicamente, en una de sus pinturas podía leerse “I Don’t Want No Retro Spective”.
Los lenguajes de la publicidad y de la comunicación de masas perviven en sus pinturas
En 1956, Ed Ruscha salió de Oklahoma City, ciudad donde nació en 1937, y se marchó a Los Ángeles para estudiar en una escuela de arte, el Chouinard Art Institute (hoy, California Institute of the Arts). Podría haber elegido Chicago, Nueva York o cualquier otra ciudad. Eligió Los Ángeles por el “exotismo” que entonces le atraía del lugar. Seis décadas después, es reconocido, entre otras cosas, por ser uno de los retratistas de la ciudad angelina. Sus paisajes son siempre horizontales, siempre panorámicos; en ellos cielo y tierra parecen acercarse peligrosamente hasta casi tocarse. Son como perspectivas vistas desde un automóvil. O como fotogramas de películas en panavisión, vistas desde un autocine. No por casualidad el cine, junto con la fotografía, es la disciplina mimada por Ruscha. Ambas se expresan a través de la superficie de una pantalla.
Ruscha es considerado como uno de los artistas más importantes del arte americano de posguerra
En Los Ángeles empezó en el sector del diseño comercial. Durante un tiempo se dedicó profesionalmente a ello, produciendo miles de rótulos al año para empresas locales, así como trabajando para una empresa de publicidad y estudiando técnicas de impresión. Después, en la escuela de arte, sintió que lo suyo era la pintura, cuyo lenguaje le ofrecía la mejor herramienta para expresar los mensajes que quería trasladar al espectador. Sin embargo, los lenguajes de la publicidad y de la comunicación de masas perviven de manera evidente en sus pinturas. Porque lo que le interesa, antes que nada, es el ruido visual. Impactar al espectador con imágenes cuyo mensaje sea austero y concentrado, directo. Poder decir mucho en un área pequeña.
A pesar de que se lo haya relacionado con Magritte, Dalí o Hopper, dice no tener nada que ver con ellos
En sus cuadros de onomatopeyas (“OOF”, ”HONK”, “SMASH”) Ruscha representa sonidos guturales y evoca las exclamaciones de las tiras cómicas. Parece haber invertido los términos de las disciplinas, disolviendo las fronteras como en un ut pictura poesis. Entonces, podríamos preguntarnos: si lo que hace es “pintar textos”, ¿no podría haberse dedicado más bien a la escritura? Nada más lejos de la realidad. El medio pictórico le es esencial para transmitir un mensaje que es, eminentemente, visual, y que huye de las interpretaciones literales. “Aunque utilizo palabras, trabajo dentro y sobre un mundo no verbal”, decía el artista en una conversación con Bernard Blistène, historiador del arte francés y exdirector del Musée national d´art moderne Centre Pompidou. En aquella entrevista, concedida con motivo de una exposición en 1990 en el museo francés, admitía también que se podía considerar a sus cuadros como “tapas de libros”.
A pesar de que se lo haya relacionado con Magritte, con Dalí, con Hopper, dice no tener nada que ver con ellos. No se identifica con las escenas de gasolineras silenciosas y enigmáticas de Hopper, a pesar de que a Ruscha le interese también retratar lo enajenado de la sociedad contemporánea. No se identifica con los oníricos paisajes desérticos de los surrealistas, aunque le interese el desierto y haya pasado mucho tiempo en él. Puestos a identificarse con algún movimiento artístico, podría ser con los dadaístas, de los que al principio de su carrera le interesaba el carácter encendido de su arte; con los futuristas, de los que le atraían las actitudes impetuosas; de los expresionistas abstractos, activos en el momento de su formación pictórica, y de los que admiró la vitalidad en el paso de la realidad al lienzo.
La exposición del MoMA, la más completa realizada hasta ahora y primera individual del artista celebrada en este museo, recoge más de 200 piezas, entre cuadros, dibujos, grabados, fotografías, libros de artista, vídeos e instalaciones; lo cual refleja el carácter multidisciplinar de este artista, considerado además de los más importantes del arte americano de posguerra. Su capacidad para pasar de un medio a otro de manera fluida y natural, explorando la misma figura, palabra o tema, queda manifiesta, por ejemplo, en la imagen Standard Station, plasmada en una fotografía en blanco y negro de 1962 a la vez que en un óleo monumental de 1964. En la exposición, presentaciones multimedia permiten a los visitantes seguir la evolución de estos temas a través de las distintas técnicas empleadas. La primera fue publicada en el mítico fotolibro Twentysix Gasoline Stations (1963), que creó gran revuelo en el mundo artístico y que es considerado una pieza seminal en la historia de los libros de artista. Igual que Some Los Angeles Apartments (1965), Every Building on the Sunset Strip (1966) y Nine Swimming Pools and a Broken Glass (1968), este fotolibro está compuesto por fotografías sobrias, en blanco y negro, de elementos arquitectónicos que parecen fotografiados de manera maquinal, como si hubieran sido fabricados en serie. Se trata, en cierta manera, de “ready-mades fotográficos”. El propio Ruscha los consideraba objetos de arte, como esculturas en tres dimensiones.
La exposición ha sido organizada en estrecha colaboración con el artista, y expone piezas que aluden a sus temas predilectos, como la arquitectura a orillas de las carreteras, los artículos de consumo y la señalización pública donde se manifiesta su continuo interés por la tipografía industrial. También incluye piezas que reflejan su experimentación con nuevas técnicas (dibujos hechos con pólvora, pinturas con aerógrafo, parches de tambores antiguos adornados con texto), como la mítica instalación, presentada en la Bienal de Venecia de 1970, Chocolate Room. Se trata de una pieza multisensorial inmersiva en la que serigrafió pasta de chocolate en cientos de hojas de papel, con el cual cubrió las paredes de suelo a techo.
La retrospectiva podrá verse en el MoMA hasta el 13 de enero de 2024, antes de rotar al LACMA de Los Ángeles en primavera de 2024. Contará con una programación de actividades que reunirá artistas, académicos, editores y poetas.
(ED RUSCHA / NOW THEN, MoMA, Nueva York. Del 10 de septiembre de 2023 al 13 de enero de 2024
LACMA, Los Ángeles. Del 7 de abril al 6 de octubre de 2024)
- 1Véase el reciente artículo de Iker Seisdedos en El País.
- 2Irónicamente, en una de sus pinturas podía leerse “I Don’t Want No Retro Spective”.