Ayer, 26 de marzo de 2024, nos dejaba uno de los artistas más relevantes del siglo XX: el escultor minimalista estadounidense Richard Serra (2 de noviembre de 1938–26 de marzo de 2024). A la edad de 86 años y a causa de una neumonía, Serra fallecía en su casa de Long Island, en Nueva York. Su trabajo ha sido esencial para redefinir la experiencia del espacio, configurando una fenomenología donde el desplazamiento físico y su duración temporal hacen de los espectadores el centro de la escultura. Cualquier amante del arte contemporáneo tendrá, muy probablemente, fijada en su memoria y grabada en su cuerpo, la sensación física que uno experimenta al recorrer e interactuar con las obras de Serra, como sucede con la monumental escultura La materia del tiempo (1994-2005), una sofisticada reflexión también sobre el vacío que se encuentra en el Museo Guggenheim de Bilbao de manera permanente desde 2005 y que se compone de ocho gigantescas esferas, espirales y elipses de casi 1.200 toneladas. Aquella instalación, que ha terminado por convertirse en un icono capaz de rivalizar con el edificio de Frank Gehry que la alberga o con el monumental y florido Puppy de Koons que la custodia extramuros, como buen perrito guardián, no es sino una de las muchas obras emblemáticas que nos ha dejado el artista californiano. Hoy rendimos homenaje a su obra y figura, volviendo la vista sobre algunos de los hitos más destacados de su larga y prolífica trayectoria: un legado vibrante de más de seis décadas dedicadas al arte que se distribuye por las colecciones de los museos más importantes del mundo y que ya forma parte, indiscutiblemente, de la historia del arte contemporáneo.
De padre español (capataz de una fábrica de caramelos de antepasados mallorquines) y madre rusa (ama de casa emigrada de Odessa, actual Ucrania), Richard Serra nace en San Francisco en 1939 y comienza tempranamente a trabajar en fundiciones y acerías para poder estudiar literatura inglesa. Sobre sus orígenes proletarios no dudó Serra en insistir en numerosas ocasiones en vida, asegurando que le habían influido considerablemente a la hora de forjar una férrea ética de trabajo. Además, esta experiencia vinculada a la metalurgia le ayudó sin lugar a dudas a comprender el trabajo de los metales en relación a su posterior práctica artística, sobre todo del acero –material con el que seguiría trabajando a lo largo de toda su carrera–. En 1957, Serra ingresa en la Universidad de Berkeley, California, donde se gradúa en Filología Inglesa en 1961, y de 1961 a 1964 estudia Bellas Artes en la Universidad de Yale. Durante esta etapa, amplía su círculo y entabla amistad con otros artistas como Jasper Johns, Robert Rauschenberg, Ad Reinhardt o Frank Stella. En los años siguientes viaja por Europa, recibe una beca de la Universidad de Yale que le permite conocer París y poco después la beca Fullbright, con la que viaja a Florencia y recorre Italia. A su regreso a Estados Unidos se establece en Nueva York, donde frecuenta a artistas como Carl Andre, Walter De Maria, Eva Hesse, Sol LeWitt, Robert Smithson, Robert Morris o Bruce Nauman.
Influenciado por su experiencia en Italia y su contacto con la corriente povera, Serra experimenta a comienzos de los sesenta con las propiedades plásticas de materiales como el cuero
Si bien su formación básica se desarrolló en el plano pictórico y bajo la tutela de Josef Albers, antiguo alumno de la Bauhaus, Serra se hizo especialmente conocido por sus obras escultóricas, en particular por sus enormes instalaciones de acero industrial laminado en frío, inclinado o enrollado en espirales. Fue al admirar Las Meninas de Velázquez, según contaba el propio Serra a la revista The New Yorker en 2002, cuando decidió abandonar la pintura, asumiendo que no podía aportar nada más a ese género artístico: “Cézanne no me había parado, [Willem] De Kooning y [Jackson] Pollock tampoco, pero Velázquez parecía algo mucho más grande de gestionar”, explicaba. De todas formas, a pesar de que la gran mayoría de nosotros tenemos en mente sus famosas obras monumentales de acero, es importante recordar que Serra comenzaría su trabajo tridimensional inscribiendo sus primeras obras en la corriente del process art, en el cual lo central era el proceso creativo por encima del resultado final. Influenciado por su experiencia en Italia y su contacto con la corriente povera, Serra experimenta a comienzos de la década de los sesenta con las propiedades plásticas de materiales como el cuero, el neón o el plomo. Ya en Nueva York, a mediados de la década de los sesenta, cuando el minimalismo ganaba adeptos como alternativa al apasionado expresionismo abstracto, Serra decidió apostar, a diferencia de sus contemporáneos, por lo descarnado y procesual en lugar de lo pulido y preciso. Fue además en esta época cuando Serrá se casó con la artista Nancy Graves (matrimonio que duró tan solo cinco años: entre el 1965 y el 1970) y cuando elaboró su llamada Lista de verbos (1967-1968), tal vez su texto más famoso, que empezaba con la invitación a “enrollar, arrugar, doblar, almacenar, inclinar, abreviar, retorcer” y continuaba hasta acumular 100 infinitivos, 100 propuestas de acción. En esta etapa, llevó a cabo las series Prop, con piezas apoyadas unas en otras –una explicación personal de los principios del equilibro– y Belts –cinturones suspendidos de un muro como figuras blandas y retorcidas–.
De esta forma, prescindiendo de los métodos convencionales para delinear el volumen y asegurar la masa, como el tallado y la soldadura, Serra comienza en los años setenta a crear esculturas precarias que se sostienen en virtud del equilibrio y la gravedad. Se trata de obras en constante estado de tensión que revelan el proceso de su propia fabricación. Serra incluye a esta serie de verbos compositivos la acción de “cortar” y produce una serie de esculturas de acero de gran escala, cuyas variaciones sigue produciendo. Progresivamente fue abordando esculturas de un tamaño y peso cada vez mayor, creando piezas site-specific para distintos encargos en medio de la naturaleza y en la ciudad. Sin abandonar su estética minimalista, el trabajo de Serra adquiere reconocimiento por esta fisicidad, enfatizada por su impresionante tamaño, peso y por su propuesta de la escultura como experiencia en sí misma.
Pocos artistas pueden decir que cuentan con una obra desaparecida, extraviada por un museo de prestigio internacional. No se trata de un museo cualquiera, hablamos del Museo Reina Sofía
Serra, a quien el célebre crítico australiano Robert Hughes definió “no solo como el mejor escultor del siglo XXI”, sino también como “el único realmente grande en activo”, y a quien el conocido teórico y crítico de arte estadounidense Hal Foster le dedicó palabras cargadas de afecto y admiración al afirmar que había conseguido “sumergir la abstracción en el mundo”, también exploró otros formatos y medios expresivos, por los que es menos conocido, realizando obras sobre papel, en las que utilizaba sobre todo lápiz de aceite negro y ceras de colores para realizar marcas frenéticas y monocromáticas. En este sentido, quizá una de las obras más infravaloradas y menos conocidas de Serra sea su vídeo corto Television Delivers People (1973), realizado en colaboración con Carlota Fay Schoolman: una pieza de siete minutos que se emitió en televisión en la que se plasma una crítica a los medios de comunicación de masas al estilo de un anuncio y que cuenta con una extraña banda sonora de música de ascensor.
Son pocos los artistas que pueden hacer gala de contar con dos exposiciones retrospectivas en el MoMA en vida. Con veinte años de diferencia, en el Museum of Modern Art de Nueva York tuvieron lugar las muestras Richard Serra / Sculpture (1986) y Richard Serra Sculpture: Forty Years (2007). De igual manera, pocos artistas pueden decir que cuentan con una obra desaparecida, extraviada por un museo de prestigio internacional. No se trata de un museo cualquiera, hablamos del Museo Reina Sofía; tampoco nos referimos a una obra cualquiera, se trata de una escultura de Serra de 38 toneladas de peso (cuyo paradero es desconocido aún a día de hoy; Serra bromeaba siempre con que se debió fundir para vender cuchillas de afeitar), titulada Equal-Parallel: Guernica-Bengasi, y sobre la que el escritor Juan Tallón ha escrito la novela Obra maestra (2022). La enorme pieza de acero desaparecía en el año 2005 como lo hacen los fantasmas (“un fantasma de acero de treinta y ocho toneladas que se toca, se ve, pero también se oculta”, así la describe Tallón en la cartela del Reina Sofía de la propia obra reconstruida), sembrando un enorme misterio con su ausencia y con la expectativa de su retorno, algún día. Este regreso de la inconmensurable pieza extraviada llegaba al museo en forma de réplica (mediante una reconstrucción realizada por el propio Serra) cuatro años más tarde, en 2009, siendo esta la obra que actualmente el museo expone en su colección permanente.
De igual modo, otra gran polémica saltaba en el año 1981 en Nueva York, décadas antes de que desapareciera la obra del Reina Sofía. Si bien esta obra no llegó a desaparecer por completo, sí fue retirada de la ubicación en la que había sido emplazada y para la que el artista la había creado: la Foley Federal Plaza de Manhattan. Nos referimos a la plancha de acero oxidado titulada Tilted Arc, de 3,5 metros de alto y 4,5 metros de largo, que fue recibida en su instalación con reacciones de consternación y con gran enfado por parte de la sociedad civil neoyorquina, sobre todo por quienes accedían al edificio que se encontraba tras esta obra de arte público, dado que se les impedía el paso, teniendo que bordear la obra en su camino al trabajo. Después de un largo proceso judicial que duró nueve años, la obra fue retirada para alivio de cientos de funcionarios que habían solicitado su retirada (se habían recogido en este periodo 13.000 firmas para efectuar su retiro), almacenada y nunca más expuesta al público. Casi de igual forma que Equal-Parallel, solo que en esta ocasión tras una intensa pugna que le costó a Serra más de un disgusto, Titled Arc fue igualmente condenada al ostracismo, aunque por otras causas.
Más allá de estas anécdotas fantasmales y polémicas judiciales que han atravesado la trayectoria del artista estadounidense, Richard Serra cuenta con un curriculum vitae que cualquier artista desearía poder lucir: ha participado en numerosas exposiciones y bienales internacionales, entre las que se encuentran Documenta (1972, 1977, 1982 y 1987), la Bienal de Venecia (1980, 1984, 2001 y 2013) y la Whitney Biennial (1968, 1970, 1973, 1977, 1979, 1981, 1995 y 2006). Igualmente, ha recibido numerosos premios que reconocen su aportación al campo de la escultura: en 2001 recibe el León de Oro de la Bienal de Venecia, en 2002 el Orden Pour le Mérite für Wissenschaften und Künste, Alemania, en 2008 el Orden de las Artes y las Letras de España, así como el Premio Príncipe de Asturias en 2010 y la medalla J. Paul Getty, en 2018.
Su legado es monumental, sus inconmensurables obras casi parecen ironizar mordazmente con la incomprensible fugacidad de la vida y la inescrutable labor de desentrañar el paso del tiempo
Con el fallecimiento de Serra, parece que comienza (o más bien acaba) por cerrarse un periodo del arte contemporáneo, una etapa plagada de brillantes artistas, toda una “generación” de grandes creadores de distintas tendencias que nos han ido abandonando en los últimos años y entre quienes encontramos grandes figuras como el recientemente fallecido Carl Andre –que murió el pasado 24 de enero de 2024–, el artista visual alemán Hans-Peter Feldmann, el artista conceptual y teórico del arte Peter Weibel, el artista canadiense Rodney Graham y el pintor francés Pierre Soulages, la brillante pintora Françoise Gilot, la gran Karin Ohlenschläger, el genial y mítico cineasta Jean-Luc Godard, el fotógrafo “de la alegría y la libertad”, William Klein, la pintora e ilustradora portuguesa Paula Rego, la artista estadounidense Margaret Keane, la artista plástica española nacionalizada mexicana Marta Palau Bosch o el escultor sueco-estadounidense, pionero del Pop Art, Claes Oldenbur.
Su legado es monumental, el de todos ellos, desde luego en el caso de Oldenburg y Serra, cuyas inconmensurables obras casi parecen ironizar mordazmente con la incomprensible fugacidad de la vida y la inescrutable labor de desentrañar el paso del tiempo. Aquel que trató de abordar en profundidad esta materia, la materia del tiempo, que forjó su trayectoria con pesadas esculturas que ocupan decenas de destacados museos internacionales y que invaden espacios públicos de una infinidad de ciudades, el escultor del acero y del tiempo, Ricard Serra, nos deja después de décadas de trabajo insaciable y, al mismo tiempo, nos deja un legado que ya forma parte de la historia del arte contemporáneo más intenso y brillante, conservado a buen recaudo en los principales museos de todo el mundo, más allá de las inclemencias del tiempo, los hurtos o desapariciones… Al artista que hizo del tiempo su materia y del espacio un terreno de distorsión y dislocación permanente, es el propio tiempo el que le pone límites: a su vida, a su obra, a su creación e imaginación ilimitada. Que la tierra te sea leve, Serra.