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20 aniversario del CAB

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Nicolás Ortigosa, Divina comedia (2005-2014). Cortesía del artista

El Centro de Arte Contemporáneo de Burgos (CAB) comienza la temporada expositiva en un año en el que celebra su 20 aniversario. El primer bloque expositivo se presenta este próximo 3 de febrero e integra tres muestras diferentes: Name me not, de la artista Liliane Tomasko, Supersaludo (Cabeza borradora), de Diego Delas, y Obras/Works/2019-2023, del pintor riojano Nicolás Ortigosa.

En el caso de la primera exposición mencionada, Name me not, se trata de una muestra de la artista alemana Liliane Tomasko, quien se interroga a través de la pintura en torno a las formas y potencias del subconsciente. “El subconsciente, ¿qué es? ¿Dónde reside? ¿Está dentro de nosotros? ¿Qué forma podemos imaginar que tiene?”. Estas preguntas, escritas por Liliane Tomasko (Zúrich, 1967) a propósito de su trabajo, podrían servir de perfecto prólogo para explicar el origen y la latencia que lo anima. Si en sus primeras obras de finales de los noventa y comienzos del 2000 la escultura, la fotografía instantánea y la pintura de lugares y objetos cotidianos sirvieron a la artista para hablar de la naturaleza humana a través de los estados intermedios de la percepción, en la segunda década de este siglo XXI las formas cada vez más deshechas y desmaterializadas caracterizarán su obra. Tomasko disuelve paulatinamente los contornos de los objetos. Imágenes borrosas, luz y color en unas pinturas acompañadas por elocuentes títulos que nos hablan de sentimientos ocultos, de secretos y de lugares perdidos, preludian su creación última iniciada en 2014. Desde entonces su pintura torna de modo decidido hacia la experimentación y la abstracción. Las líneas y trazos se convierten en elementos estructurales, ocupan un lugar preferente en el cuadro, mientras desplaza a un segundo plano otros efectos expresivos.

A medida que se ha distanciado de la representación directa de los objetos materiales propios del espacio doméstico, su lugar se ha ido ocupando por conceptos absolutos e intangibles como la esperanza, el deseo y los miedos dentro del reino de los sueños. Una forma muy diferente de reflejar la realidad interior de nosotros mismos en lo que la artista llama el “registro de una subjetividad visceral”.

© Liliane Tomasko, 2018

Bajo la superficie que conforma el mundo tangible “sabemos que hay algo más, una materia oscura que da forma a nuestras vidas y a nuestras acciones, a nuestras interacciones con el mundo en el que vivimos”, nos dice la autora. Un conjunto de pinturas de gran tamaño, como luminarias expandidas en un paisaje infinito, articularán el recorrido expositivo de la propuesta de Liliane Tomasko en el CAB. Junto a ellas, una serie de pinturas verticales inciden en lo que somos, lo que tenemos, lo que sentimos y lo que queremos; mientras que otro conjunto de obras indaga más decididamente en el mundo de los sueños. Ese recurso al inconsciente sumergido en el sueño, pero también a su parte más emocional y sensible, se resuelve plásticamente en una pintura en la que los trazos desbordan la superficie y semejan un panorama abierto a la estructura interior del pensamiento. “El subconsciente es, como mínimo, una bestia inestable, y no quiere ser razonado ni conquistado, sino que quiere que reconozcamos su existencia y escuchemos su canción, que nos comprometamos con él y le demos voz”, reflexiona Tomasko.

© Liliane Tomasko. Cortesía de HANS-WULF KUNZE

Aunque en su obra primera la proximidad a la figura era aún perceptible, en los trabajos que Tomasko presenta en el CAB solo es posible construir un relato aproximado tras identificar los títulos asignados a las pinturas. Name me not [“no me nombres”, pero también “no me digas nada”] sugiere un universo umbrío, ambiguo y un punto temeroso que la artista sitúa en el ámbito de lo insondable, de lo cautivo, de un interior que solo es posible mostrar con la fuerza, decisión y dinamismo de una pintura vital y por fuerza trascendente con la que la autora nos interroga: ¿no necesitamos urgentemente abordar la cuestión del yo, de quiénes y qué somos?

Por otra parte, la muestra Supersaludo (Cabeza borradora) de Diego Delas expone murales textiles vinculados a las casas de campo castellanas y a la cultura inmaterial de la meseta. El artista evoca saberes y maneras de hacer procedentes de entornos campesinos y premodernos. Los murales sugieren un mundo entre alucinado y demencial del que surgen figuras y personajes. La gran instalación espacial creada por Diego Delas (Aranda de Duero, 1983) para el CAB emplea cuatro grandes murales textiles que aprovechan restos de ropa de cama con los que refiere un tiempo ido, vinculado a los ciclos de trabajo y a las labores ejecutadas en la casa-hogar tan propia de no pocos lugares vinculados a nuestra tierra castellana.

Nicolás Ortigosa, Divina comedia (2005-2014). Cortesía del artista

Esos muros se acompañan de una suerte de exvotos que cumplen una función espectral, la de sugerir un mundo entre alucinado y demencial del que surgen figuras y personajes. Los murales se sobreponen a la estructura de las salas para acercarnos a la idea de las casas de nuestro territorio rural. Saberes y maneras de hacer procedentes de entornos periurbanos, campesinos y premodernos ante los que el artista sitúa al público y al que le pide que deje en suspenso su capacidad de discernimiento. Delas fantasea en esta casa reducida a sus paredes de tela con los signos, marcas y esgrafiados de las casas de campo castellanas a las que entiende como un cuerpo tatuado, como un soporte de un texto solo comprensible para los iniciados. Las solas paredes vendrían a ser la cabeza demenciada de la casa desde la que el autor desea reconectar con un tiempo repetido, como el del largo invierno en el que resultaban imperativas las labores de cuidado que la mantenían viva (y con ella a todos sus moradores).

© Diego Delas, Supersaludo (Cabeza borradora), CAB. Cortesía del artista

La propuesta artística desarrollada por Diego Delas y que ahora se plasma en Supersaludo (Cabeza borradora) se ha caracterizado por sus investigaciones en torno a lo que él llama “la cultura premoderna en regresión”. Formado como arquitecto, en su obra se imbrican elementos procedentes de las construcciones domésticas propias del entorno sobre el que trabaja y estudia. En contra de lo que pudiera parecer, no se trata de una recuperación formal en los límites de la nostalgia, sino de un acercamiento a cuanto sustenta el recuerdo desde la memoria subjetiva y la elaboración de una narración deudora del pensamiento mágico. La casa es entendida por Delas como un cuerpo antes que personal, familiar, un depósito de historias en el que los arreglos ornamentales se precipitan junto a las experiencias vividas.

Finalmente llegamos a Obras/Works/2019-2023, una exposición donde Nicolás Ortigosa propone la obra artística como superficie libre de meditación y contemplación. El artista busca un acercamiento generacional con un público no siempre atendido en  los centros de arte. Las obras presentadas buscan desaparecer bajo la operación lúdica y festiva que  solicita al publico. La obra, la pintura, como espacio de juego. Como campo de acción, como soporte  desacralizado, desprovisto de retórica. Como superficie libre de meditación, de  contemplación, quizá́ ni siquiera como destinataria de una mirada complaciente. La  radical propuesta de Nicolás Ortigosa (Logroño, 1983) propone situar al espectador  como protagonista absoluto de la obra presentada en el CAB, hasta el punto de que las  obras presentadas buscan desaparecer bajo la operación lúdica y festiva que solicita.  

© Nicolás Ortigosa

¿Qué esconde Ortigosa tras una decisión que parece ajena a la tradición patrimonialista  que siempre asignamos a la obra de arte? La respuesta es una nueva pregunta: en un  tiempo en el que el consumo de imágenes y la disputa por su pre- valencia engulle  cualquier creación plástica, ¿queda algún rastro de esta en nuestra memoria  inmediata?, ¿somos aun capaces de detenernos, pararnos y mirar? El juego parece ser  el único lugar en el que la concentración del individuo es absoluta. Mientras jugamos nuestros sentidos se estimulan; no hay sitio para una mirada furtiva  a nada que pueda distraernos. Dejamos fuera nuestra obsesiva curiosidad por lo que  pasa en el mundo conectado a las redes sociales o en el entorno próximo, incluso dejarse  llevar por la imaginación puede resultar perjudicial: toda desatención se paga. Entonces tal vez situar la pintura como área de recreo no parezca tan kamik.

La pintura de Ortigosa que ahora se exhibe en el CAB en Obras/Works/2019-2023, la real, la presentada de esta forma tan infrecuente, emplea el rasgo como eje vertebrador. No hay signos, no hay narrativa. Solo elementos gráficos. Un zigzag generoso expandido hasta los bordes y que parece derramarse fuera de ellos. Se ha señalado ya que una parte de ese quehacer proviene de la relación del artista con el surf y su mundo. Al igual que en el skate, en el surf el cuerpo se mueve y fluye. Los recorridos, los trazos que generan en el aire o sobre el agua sus participantes, componen una maraña expresiva cuya percepción exterior resulta inaprehensible. Un estado interior de zozobra, un marasmo que solo se resuelve con algunas de las máximas del surf: esperar, observar y decidir la acción.

(Name me not, en CAB, Burgos. Desde 3 de febrero hasta el 28 de mayo de 2023)

(Supersaludo (Cabeza borradora), en CAB, Burgos. Desde 3 de febrero hasta el 28 de mayo de 2023)

(Obras/Works/2019-2023, en CAB, Burgos. Desde 3 de febrero hasta el 28 de mayo de 2023)