En diciembre de 1994, el artista Santiago Sierra arrojaba cincuenta kilos de yeso seco sobre la carretera de la calle madrileña Marqués de Corbera. El polvo blanquecino rápidamente fue esparcido sobre la carretera gracias al tráfico rodado que, sin demasiada preocupación, al pasar por encima de la intervención, trituraba y distribuía el yeso. Aquel cruce en el barrio de La Elipa se convirtió rápidamente en un extraño testigo que registraba las intenciones de todo aquel que entraba en contacto con el material de obra. Los neumáticos de los coches y las suelas de los viandantes quedaban brevemente inmortalizados. Las partículas de polvo adquirían sobre la carretera del barrio madrileño una condición forense.
Con la obra titulada 50 Kg. de yeso, el artista desvelaba las lógicas urbanísticas de una metrópolis comprometida con el ladrillo, la grúa y el alquitrán. En aquel entonces, Madrid se había convertido en una ciudad en vías de construcción. Toda la superficie de la urbe había sido asaltada por una fina capa de polvo que manchaba las fachadas, cubría las ventanas y tapizaba las aceras. La rutina en la capital obligaba a la mácula, a ensuciarse la camisa y a respirar mortero. Las pintadas que en 1968 rezaban en las paredes de París Sous les pavés, la plage! [Bajo los adoquines, ¡la playa!], parecían haberse invertido. La ciudad se había llenado de arena. Grandes dunas decoraban y ocultaban el hormigón. La capital, en ese momento, en un ejercicio descarado de maquillaje y engaño, gritaba a sus ciudadanos: Sous la plage, les pavés!
La capital, orgullosa, llena su callejero de monumentos y memoriales en honor de los principales especuladores de su relato
Era imposible escapar del optimismo inmobiliario. Madrid estaba inmersa en un proceso de ampliación y crecimiento donde su superficie construida se multiplicaba a una velocidad espeluznante. Mientras la urbe crecía, los cimientos del sueño noventero del desarrollo ilimitado se asentaban en el subsuelo de la ciudad. Sin embargo, el optimismo irracional no tardó en tornarse pesadillesco.
El proceso inflacionista y la preocupación que había demostrado Santiago Sierra por la situación de la vivienda en el contexto urbano no eran inquietudes nuevas en Madrid. El movimiento vecinal había sido una de las grandes fuerzas de cambio en la capital desde hacía décadas. Las luchas y movilizaciones de los habitantes de Palomeras Bajas, Orcasitas, Puente de Vallecas, Moratalaz o San Blas habían dinamizado las reflexiones sobre las condiciones habitacionales de la ciudad desde antes de la muerte de Franco. Igualmente, la violencia rentista, el egoísmo antisocial del casero, la camaradería de los organismos públicos con los fondos buitre o las constructoras de turno y la privatización salvaje del suelo municipal habían sido prácticas habituales en Madrid desde tiempos inmemorables. Para confirmar este compromiso desleal de la capital para con sus ciudadanos resulta fundamental recordar la gran burbuja inmobiliaria que sufrió la metrópolis a finales del siglo XIX, cuando el gobierno desregularizó los precios del alquiler y condenó así a su población a la guerra abierta por una vivienda. En aquel momento, en Madrid se configuró lo que la prensa denominó la Internacional Propietaria, un grupo armado de caseros que, en una urbe asolada por la mendicidad, el tifus y la pobreza más dolorosa, se habían organizado paramilitarmente con la intención de defender sus intereses. Esta asociación llegó a tener más fuerza e influencia que la Internacional Proletaria, consiguiendo así sus objetivos especuladores y siendo uno de los principales promotores de la restauración de la monarquía en España.
Podríamos comparar las “Proposition d’habitation” de Absalon con los anuncios de pisos infames cuyos precios desorbitados llenan las páginas de todos los portales inmobiliarios
Madrid aún hoy honra y defiende aquel pasado. La capital, orgullosa, llena su callejero de monumentos y memoriales en honor de los principales especuladores de su relato. El Marqués de Salamanca o el Marqués de Manzanedo ocupan la centralidad de una ciudad que se ha configurado como la meca del rentista caníbal y el hábitat natural del monstruo del ladrillo. Evidentemente, la Internacional Propietaria sigue existiendo, nunca dejó de hacerlo, y es ahora cuando, insertada en un juego de transparencias y opacidades, opera de manera más efectiva. No obstante, como ha evidenciado desde 1975 la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid o el propio Santiago Sierra, la movilización contra el régimen de propiedad de la capital, a pesar de estar poco historiada y difundida, a pesar de verse obligada a ocupar las grietas de las efigies de los grandes caseros de la ciudad, también existe y existió siempre.
Volviendo al arte (aunque sin abandonar el activismo), pocos años antes de 50 Kg. de yeso, en 1987, Isidoro Valcárcel Medina, en su recordada serie titulada Arquitecturas Prematuras, presentaba el proyecto Okupa y Resiste. La propuesta anticipada planteaba un plan para la ocupación, el camuflaje, el uso y la residencia de los edificios abandonados que vertebraban la ciudad. Poniendo en práctica su formación (inacabada) como arquitecto, el artista murciano imaginaba, a través del asalto y el disimulo de los edificios en desuso, una solución constructiva para los ciudadanos necesitados de una vivienda. Ese mismo año, también como parte de Arquitecturas Prematuras, Isidoro Valcárcel Medina planteaba Huecos de Madrid, una obra que, criticando la insensibilidad de los poderes públicos, se (pre)ocupaba por los diminutos intersticios que articulaban la capital. Sobre esos pequeños espacios el artista planteaba algunas soluciones con el único fin de componer una ciudad más lúdica, estética y social. Continuando esta línea de acción, en 1992, Isidoro Valcárcel Medina desarrolló Hágase Madrid Ud. mismo, donde, bajo la lógica y el léxico del movimiento DIY1El concepto DIY, del inglés “do it yourself”, se traduce como “hágalo usted mismo” o “hazlo tú mismo”, y consiste en la práctica de la fabricación o reparación de objetos por uno mismo., componía una suerte de instrucciones para que el ciudadano de la capital pudiera humanizar el terrible horizonte en el que se veía obligado a vivir.
Fuera de Madrid, fuera de España, la gentrificación del espacio urbano también interesaba a los artistas de forma obsesiva. En Nueva York, este tema resultaba central para la práctica del momento. Las obras Shapolsky et al. Manhattan Real Estate Holdings, a Real-Time Social System, as of May 1, 1971 de Hans Haacke o Day’s End de Gordon Matta-Clark supusieron quizá las reflexiones más conocidas y sonadas en torno a estos intereses. Junto a Agnes Denes, con su majestuoso campo de trigo a la sombra de las Torres Gemelas, y el literal mensaje en Times Square de Martha Rosler recordando que la vivienda es un derecho básico, se compone quizá una breve genealogía que resuena en el yeso de Santiago Sierra y en los edificios prematuros de Isidoro Valcárcel Medina.
Son los grandes proyectos galerísticos en el sur de Madrid los que ayudan y colaboran a la dificultad de los vecinos de Carabanchel y Usera
No obstante, sin demasiada seguridad, me gustaría plantear una desestructurada reflexión. A pesar de lo que pudiera parecer, lo que me resulta fascinante de este proceso no es la acelerada historieta sobre la praxis artística beligerante con la especulación. Tampoco es la obra de Santiago Sierra, la fraternidad reconocida hasta el hartazgo entre activismo y arte, o la archiconocida pieza de Hans Haacke. Lo que llama mi atención es la similitud entre los lenguajes que emplean la violencia urbana y el arte conceptual que se preocupa de la misma. Es esta lógica de “transparente opacidad”2Este concepto está extraído de la publicación homónima de Jaime Vindel, Transparente opacidad. Arte conceptual en los límites del leguaje y la política, editado en Brumaria. que articula el relato de la urbe gentrificada la que parece intuirse también en el arte conceptual situado en el umbral de la política, el lenguaje y la acción. Asimismo, a modo de ejemplo improvisado, se podría comentar la literalidad abrasiva de Martha Rosler que, cuando proyecta Housing is a Human Right, parece replicar la misma estrategia que actúa bajo la terrible frase del alcalde neoyorkino Ed Koch cuando proclama: If you can’t afford to live here, mo-o-ove!!3Martha Rosler opone directamente su obra a estas declaraciones de Ed Koch, alcalde de Nueva York entre 1978 y 1989. Esta frase fue utilizada en el ciclo de tres exposiciones de la artista titulado If You Lived Here… en Día Art Foundation. También ha servido de título para otras muestras en la propia ciudad que versaban sobre este mismo tema.
En España, podríamos hablar de las obras de Anaïs Florin –donde pone en valor el movimiento Okupa mientras avisa de los procesos de gentrificación que amenazan la huerta de la Terreta– y enfrentarlas al vergonzoso anuncio de Idealista que, sin ningún pudor, recuerda que hay vida más allá de la M-30. También podríamos comparar las Proposition d’habitation de Absalon con los anuncios de pisos infames cuyos precios desorbitados llenan las páginas de todos los portales inmobiliarios, o recordar la descripción de aquel apartamento en Lavapiés que explicaba sin querer, en un ejercicio sublime de opacidad transparente, la deseada limpieza étnica del barrio madrileño.
Lo que creo intuir, muy lejos de la certeza, es solo eso, una cierta cercanía entre el aparato expresivo de la especulación más salvaje y el arte conceptual que se preocupa por estos dolores
Con esto no quiero decir que los mensajes comparados sean idénticos o que la crueldad del relato especulador sea compartida por los artistas conceptuales interesados en el tema. Ni mucho menos. Lo que creo intuir, lejos de la certeza, es solo eso, una cierta cercanía entre el aparato expresivo de la especulación más salvaje y el arte conceptual que se preocupa por estos dolores. Quizá esta idea resultaba una evidencia para aquellas compañeras especializadas en las imbricaciones que mantienen la lengua, el poder y el capital; quizá la obligación de comunicar la violencia absoluta en un tono que la convierta en una realidad deseable sólo permite códigos con estas desviaciones; quizá la literalidad nunca es sencilla o simple; quizá cuando se dice algo que parece transparente, directo y llano se desactivan todos los crímenes que motivan la frase; quizá confirmar un plan orquestado para la privatización de Madrid le libra a uno del delito; quizá reconocer, sin tapujos y con descaro, la violencia y el abuso exculpa al emisor del crimen, e incluso le permite parecer llano, honesto y, sobre todo, coherente –algo muy valorado por algunos españoles–; quizá solo con esa misma herramienta se puede luchar contra ese gran monstruo.
El juego criptográfico del arte contemporáneo requiere de un análisis más detallado y reposado. Sin duda, estas conclusiones son, en el mejor de los casos, parciales o fragmentadas. Pero cuando pienso en el anuncio del piso de Lavapiés y en sus frases publicitarias encuentro algo que remueve lo que ya conocía. Situado en el eje cultural y turístico del barrio residencial Embajadores-Lavapiés, el nuevo BARRIO COOL de Madrid, equiparable a Malasaña o Chueca, ha sido posible gracias al reemplazo de la población por personas con mayor poder adquisitivo4Transcripción literal del anuncio comentado en el portal inmobiliario.. Resulta casi increíble la facilidad para escribir el sintagma reemplazo de población y seguir con tu día, e incluso esperar un beneficio económico de esa locución. Por algún motivo que aún desconozco, esa literalidad disimulada no tiene el mismo efecto que afirmaciones propias de manifestaciones de la PAH o del sindicato de inquilinas. La vivienda es un derecho, no un negocio, no funciona igual que las declaraciones de Ed Koch: If you can’t afford to live here, mo-o-ove!! pesa de otra forma, resuena con otros tonos y nos persigue hasta hoy en día.
La literalidad, traidora en ocasiones de las ambiciones artísticas en favor del deseo especulador, es más efectiva para unos intereses que para otros. Herramienta fundamental para el casero y condena ridícula de las obras políticas facilonas, la literalidad, la transparencia, no mantienen siempre el equilibro. Asimismo, para alivio de algunos pocos, el arte, interesado como hemos visto en el debate y las reflexiones sobre la deriva de la urbe, es igual de esquivo y desleal. Son los grandes proyectos galerísticos en el sur de Madrid los que ayudan y colaboran a la dificultad de los vecinos de Carabanchel y Usera. Es el cubo blanco sin límites el que a veces (no pocas), hace que la voz de Martha Rosler, el trigo de Agnes Denes o las pancartas de Anaïs Florin aparezcan de nuevo en nuestras vidas.
- 1El concepto DIY, del inglés “do it yourself”, se traduce como “hágalo usted mismo” o “hazlo tú mismo”, y consiste en la práctica de la fabricación o reparación de objetos por uno mismo.
- 2Este concepto está extraído de la publicación homónima de Jaime Vindel, Transparente opacidad. Arte conceptual en los límites del leguaje y la política, editado en Brumaria.
- 3Martha Rosler opone directamente su obra a estas declaraciones de Ed Koch, alcalde de Nueva York entre 1978 y 1989. Esta frase fue utilizada en el ciclo de tres exposiciones de la artista titulado If You Lived Here… en Día Art Foundation. También ha servido de título para otras muestras en la propia ciudad que versaban sobre este mismo tema.
- 4Transcripción literal del anuncio comentado en el portal inmobiliario.