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Hacia una cultura radical. Repensando el poder, la inclusión y la diversidad

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instalación teresa margolles londres
Teresa Margolles, Mil Veces un Instante, 2024. Instalación en National Gallery, Londres. Imagen: Gay Star News

Imagina un mundo donde la cultura no sea un privilegio, sino un derecho universal, accesible independientemente de la geografía, el origen o el estatus social. Aunque a primera vista esta idea pueda parecer una utopía, es precisamente el desafío que enfrentamos hoy en el debate sobre los derechos culturales. En las últimas décadas, ha crecido el interés por reflexionar sin tapujos sobre la diversidad y cómo activar mecanismos que la promuevan sin caer en el paternalismo. Desde los estudios feministas hasta la crítica al racismo, pasando por la ética animal y los enfoques biocéntricos, se trata de ampliar lo que nos importa y evaluar cómo lo hacemos. ¿Qué implica ser seres vulnerables? ¿Cómo construir una comunidad política que valore las diferencias? ¿Es posible imaginar una identidad plural que abrace la diversidad?

El Ministerio de Cultura de España, bajo la dirección de Jazmín Beirak como directora general de Derechos Culturales, ha iniciado un ambicioso esfuerzo para redefinir la inclusión cultural. En este contexto, el Plan de Derechos Culturales es clave para concretar su agenda, con un diagnóstico de la situación actual y objetivos específicos para garantizar el acceso igualitario a la cultura. Entre sus metas están la promoción de la diversidad, la creación de espacios accesibles y el fomento de la participación comunitaria en decisiones culturales, buscando una transformación donde cada persona sea parte activa de una nueva narrativa.

El Plan reconoce la diversidad como un valor esencial y la inclusión como un proceso profundo de empoderamiento para comunidades marginadas. Se propone crear infraestructuras culturales accesibles que no solo fomenten el encuentro, sino también permitan a las comunidades decidir sobre las políticas que les afectan. Sin embargo, el reto más grande quizás sea lograr que estas iniciativas no se queden en lo simbólico, sino que tengan un impacto real en las comunidades.

La inclusión cultural será real cuando las comunidades históricamente colonizadas no solo tengan acceso a la cultura, sino que también tomen control de la producción de significados culturales

Un ejemplo claro de esta transformación es la red Cultura Viva en Barcelona, que no solo democratiza el acceso a la cultura, sino que pone en manos de las comunidades rurales, migrantes y de barrios periféricos el liderazgo de sus propios proyectos culturales. En este contexto, la cultura se vuelve una herramienta viva de cambio social. Lo que antes era gestionado por élites, ahora se abre a nuevas voces, más inclusivas y diversas, dando lugar a una producción cultural que respira con las historias de quienes han sido silenciados. Iniciativas como La Xixa Teatre, que trabaja con colectivos en situación de vulnerabilidad, muestran cómo el arte no es solo expresión, sino también empoderamiento. Estas propuestas no solo invitan a participar, sino que ofrecen un escenario donde las personas en riesgo de exclusión pueden tomar la palabra, construyendo una cultura más equitativa, donde cada voz tiene un lugar y un eco.

Siguiendo el análisis del filósofo Michel Foucault, es importante tener presente que las políticas de inclusión cultural, aunque necesarias, corren el riesgo de reproducir las mismas estructuras de poder que generan la exclusión, si no se abordan con una mirada crítica. La inclusión no debe ser entendida como un simple proceso de integración, ya que, si no cuestionamos las estructuras de poder subyacentes, lo único que conseguimos es consolidar hegemonías culturales preexistentes. Es ahí donde debemos detenernos a reflexionar: ¿qué entendemos por cultura en un mundo globalizado? ¿Cómo logramos una inclusión que sea más que un gesto simbólico?

Las sociedades modernas se han construido bajo un principio de exclusión: lo diferente es marginado para preservar una homogeneidad cultural que solo beneficia a unos pocos

Aquí entra en juego un concepto clave: “discernir”. En su origen latino, discernir significa separar, distinguir, pero también reconocer lo igual y lo diferente. Esta doble función es fundamental para abordar la complejidad de los derechos culturales. Louis Althusser destacó la importancia de los aparatos ideológicos del Estado, como la escuela, la Iglesia y la cultura, que perpetúan las ideologías dominantes. Desde esta perspectiva, la inclusión cultural superficial solo refuerza las estructuras de poder que legitiman la exclusión, si no se permite que las comunidades excluidas redefinan el significado mismo de “cultura” e “identidad”. Es decir, la verdadera inclusión cultural no debe limitarse al acceso, sino que debe ir más allá, buscando empoderar a aquellos que han sido históricamente marginados. En este sentido, es vital desmantelar las estructuras que han perpetuado la exclusión de ciertos colectivos.

Postcommodity, Repellent Fence/Valla Repelente, 2015. Instalación en la frontera EEUU/México, Douglas, Arizona / Agua Prieta, Sonora

Repellent Fence (2015), una instalación realizada por el colectivo mexicano Postcommodity en la frontera entre Estados Unidos y México, actúa como un testimonio visual y simbólico del desafío a las narrativas de exclusión que han dominado los discursos políticos y sociales. Compuesta por 26 globos flotantes que atraviesan los cielos del desierto, la instalación es una metáfora de las comunidades indígenas divididas por la línea fronteriza, pero unidas a través de una historia y cultura compartida. A través de la participación de diversas comunidades en ambos lados de la frontera, la obra busca cuestionar las estructuras de poder que perpetúan la separación y exclusión, al mismo tiempo que honra y reconoce a los pueblos originarios y su conexión con la tierra.

La inclusión cultural real debe ir más allá de las barreras de género, y abordar también las de raza, clase y colonialismo

Tras la posguerra, muchos filósofos señalaron la necesidad de cuestionar las lógicas que presentaban a los “otros” como amenazas al orden social. Estas narrativas de exclusión han sido responsables de algunas de las formas más violentas de dominación estructural en la historia de la humanidad. Walter Mignolo, pensador argentino, introduce el concepto de “colonialidad del poder”, argumentando que la cultura es un espacio de disputa donde se lucha por el control de las narrativas. Según Mignolo, la inclusión cultural será real solo cuando las comunidades históricamente colonizadas no solo tengan acceso a la cultura, sino que también tomen control de la producción de significados culturales. La inclusión, en este contexto, no puede quedarse en la simple participación; debe centrarse en el empoderamiento y la transformación de las estructuras que han legitimado la exclusión.

En Latinoamérica, la Red Conceptualismos del Sur es un ejemplo claro de cómo se pueden desafiar las narrativas dominantes a través del arte contemporáneo, promoviendo una relectura de la historia y reivindicando las luchas de los movimientos sociales. Este tipo de iniciativas transforman la cultura en un espacio de resistencia y empoderamiento. No se trata solo de abrir espacios, sino de permitir que las comunidades reescriban las historias que han sido silenciadas. Proyectos curatoriales como Giro Gráfico o Re-Vueltas Gráficas dentro de esta red, por ejemplo, amplifican voces marginalizadas, utilizando el arte gráfico como un medio para cuestionar los relatos establecidos y generar diálogos intergeneracionales sobre los conflictos sociales y políticos del sur global. A través de estas iniciativas, no solo se presentan obras, sino que se crean plataformas que permiten a las comunidades involucradas tomar control sobre sus representaciones, reflexionando sobre sus identidades, luchas y resistencias dentro de un contexto globalizado.

La inclusión cultural no debe verse únicamente como una apertura para aquellos marginados, sino como un cuestionamiento profundo de las ideas que sostienen la exclusión. Es necesario repensar la concepción misma de identidad. Antonio Gramsci introdujo el concepto de hegemonía cultural, según el cual las ideas de una clase dominante son presentadas como universales y naturales. Desde esta perspectiva, la inclusión cultural no debe ser un simple ajuste en el acceso, sino un cuestionamiento radical de las bases sobre las cuales se construyen las identidades dominantes.

Un ejemplo interesante de este enfoque es “Periferia Cimarronas”, una red de colectivos que promueven la cultura negra en Barcelona. Su objetivo no es solo abrir espacios para la participación de las comunidades afrodescendientes, sino también cuestionar las narrativas coloniales que han invisibilizado sus historias. Este tipo de iniciativas subrayan la importancia de repensar la inclusión cultural como un proceso de transformación radical. Un ejemplo concreto de sus acciones es el proyecto “Teatre Sense Nom”, una iniciativa que ofrece un espacio de creación y experimentación para mujeres migradas y racializadas. Este colectivo teatral busca proporcionar una plataforma donde las participantes puedan explorar y expresar sus historias y realidades, fomentando la inclusión y la representación de comunidades históricamente marginadas en las artes escénicas. Al ofrecer un entorno libre de juicios y enfocado en la autenticidad, “Teatre Sense Nom” contribuye a cuestionar las narrativas coloniales y a redefinir la inclusión cultural como un proceso de transformación radical.

El filósofo francés Georges Balandier advirtió que las sociedades modernas se han construido bajo un principio de exclusión: lo diferente es marginado para preservar una homogeneidad cultural que solo beneficia a unos pocos. Para cambiar esa dinámica, no basta con abrir las puertas a los excluidos; es necesario reimaginar el concepto mismo de identidad. En lugar de ver las identidades como fijas y con límites rígidos, debemos entenderlas como procesos dinámicos, plurales y en constante evolución.

¿Qué implica ser seres vulnerables? ¿Cómo construir una comunidad política que valore las diferencias? ¿Es posible imaginar una identidad plural que abrace la diversidad?

Desde una perspectiva feminista, pensadoras como bell hooks han señalado que la inclusión cultural real debe ir más allá de las barreras de género, y abordar también las de raza, clase y colonialismo. Cualquier esfuerzo por integrar a las comunidades marginadas debe reconocer las múltiples capas de opresión que las afectan. En este sentido, la interseccionalidad, concepto propuesto por Kimberlé Crenshaw, es fundamental para comprender las experiencias de las mujeres negras, por ejemplo. La inclusión cultural, si no aborda estas complejidades, corre el riesgo de reforzar las dinámicas de exclusión.

El arte, más allá de ser un reflejo de la sociedad, tiene el poder de cuestionarla y transformarla. La artista mexicana Teresa Margolles, por ejemplo, desafía constantemente las narrativas dominantes, invitándonos a cuestionar quiénes son los protagonistas de nuestras culturas. Sus intervenciones públicas, que abordan temas como la violencia y la memoria histórica, nos obligan a repensar nuestra concepción de comunidad. El arte, en este sentido, no solo visibiliza realidades, sino que crea nuevas. La obra de Teresa Margolles que abre este artículo es una poderosa reflexión sobre las violencias estructurales y la memoria histórica. Su escultura Mil veces un instante rinde homenaje a la comunidad trans y no binaria, visibilizando sus luchas frente a la violencia y discriminación. Con esta intervención, Margolles invita a pensar en el arte como una herramienta transformadora, capaz de reconfigurar y redefinir las estructuras culturales, abriendo espacio para la memoria, la resistencia y la inclusión.

guerrilla girls
Guerrilla Girls, Kochi-Muziris Biennial, India, 2018-2019

La tecnología también ha jugado un papel crucial en la inclusión cultural. Plataformas como TikTok, Instagram y YouTube han democratizado la creación y difusión de contenidos, permitiendo que más personas tengan voz. Pero ¿realmente es inclusiva esta nueva era digital? La falta de acceso a la tecnología para algunas comunidades, junto con los algoritmos que privilegian ciertos contenidos, generan nuevas formas de exclusión. Debemos asegurarnos de que estas plataformas no se conviertan en filtros que solo visibilicen ciertas formas de cultura, dejando fuera aquellas menos comerciales o locales. Como señala el antropólogo Néstor García Canclini, las barreras culturales no son solo económicas o tecnológicas, sino también simbólicas. Muchas veces, las culturas marginadas son reducidas a representaciones superficiales. Para que la inclusión sea real, las comunidades deben tener el poder de redefinir las reglas del juego.

El arte, especialmente en su forma más disruptiva y radical, es un espacio privilegiado para repensar la inclusión cultural. Las identidades no son estáticas y tampoco lo son nuestras sociedades. El arte nos invita a imaginar en quiénes podemos convertirnos. En definitiva, el verdadero reto de los derechos culturales no está solo en garantizar el acceso, sino en lograr una participación plena y activa en la creación cultural. Este es el desafío de nuestro tiempo, y solo si estamos dispuestos a replantear los conceptos de inclusión y diversidad podremos construir sociedades verdaderamente justas y equitativas.