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El arte de la mentira: Inteligencia Artificial y simulacro

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Montaje de dos imágenes generadas con Inteligencia Artificial del Papa Francisco vistiendo un traje de Balenciaga

Hay ocasiones en que la ficción se adelanta a la realidad —esto ya lo hemos oído muchas veces—, como en el caso de muchas películas de ciencia ficción o de novelas distópicas (pensemos también por ejemplo en la serie Black Mirror, que pareciera ir allanando el camino de lo que viene, de lo que nos sucede); otras ocasiones en que la ficción se hace pasar por realidad, consiguiendo materializar su efecto de manera viral, como en el caso de las fake news, los bulos o los mitos (en la actualidad, los deepfakes, que comenzarían en 2019 y que permiten crear archivos de vídeo, imagen o voz manipulados mediante un software de Inteligencia Artificial de modo que parezcan auténticos, son un peligro muy grave y han llegado a ser una auténtica pesadilla para algunas personalidades públicas); otras en que la realidad y la ficción se (con)funden hasta incluso dejar de tener importancia qué es real y qué no, hasta quizás resultar imposible desligar lo genuino de lo fake. Es así que se acuñaría hace unos años el inane pero sintomático neologismo de “posverdad”, para hablar de esas afirmaciones e informaciones en las que los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las opiniones y emociones que suscitan.

Finalmente, y aquí es adonde quiero ir a parar, hay un caso muy singular: el que acontece cuando la ficción crea la realidad, esto es, cuando el engaño, el espejismo de lo real, directamente provoca el evento (“chantajea a lo real”), dicta su acontecer en el mundo. Para este género de experiencias especialmente acentuadas en la contemporaneidad, Jean Baudrillard ideó el término de «hiperrealidad» y afinó la noción del simulacro: aquellos sucesos que se adelantan a lo real y acaban suplantándolo, convirtiéndose así en “más real que lo real” —tal y como explicaría en su ya mítico libro Cultura y simulacro—.

Para este género de experiencias especialmente acentuadas en la contemporaneidad, Jean Baudrillard ideó el término de «hiperrealidad» y afinó la noción del simulacro

(Un apunte antes de continuar: no siempre es posible diferenciar claramente si nos encontramos en el primero, segundo o tercero de los escenarios descritos; esta diferenciación artificial, ahora esbozada a grandes rasgos, debe únicamente leerse como una tentativa de aproximación a las posibles combinaciones y entrelazamientos dados en la actualidad entre lo real y lo ficticio —categorías quizás ya de otro tiempo—, lo genuino y lo fake, lo verdadero y lo simulacral, entendiendo por supuesto que estas dicotomías se han erosionado y hasta desvirtuado en ciertos casos y no son en ningún momento precisas, inamovibles y bien definidas: únicamente funcionan como ficciones explicativas y especulativas, en torno a las cuales situarnos, pensar y crear, a modo de coordenadas orientativas).

Para ser honesto, debo decir que este artículo nace de una equivocación: la mía al leer un artículo del medio digital Hyperallergic, publicado el día 1 de abril de 2023 y titulado Vatican Partners With Balenciaga on “Spiritual” Menswear Line (“El Vaticano colabora con Balenciaga en una línea de ropa masculina ‘espiritual’”). Sin prestar atención a las pequeñas etiquetas que se encontraban encima del titular a la izquierda, donde se especificaba que la susodicha noticia se trataba en efecto de una sátira (“Satire”, “April Fools”, aparece indicado), me quedé fascinado con el suceso —ingenuo de mí— y enseguida comencé a reflexionar sobre el claro componente simulacral del evento, así como la estrecha y peligrosa dimensión de «hiperrealidad» que acarrea la Inteligencia Artificial (IA). Había picado (doblemente) en el anzuelo: por una parte, me creí primero la genuina naturaleza de las imágenes del Papa vestido con ropa de Balenciaga que había circulado los días previos por Internet, y, por otra, me creí igualmente sin miramientos la noticia de su posterior colaboración (entre el Vaticano y Balenciaga), para sacar una línea de ropa inédita. Las imágenes así lo demostraban en ambos casos, lo probaban, lo aprobaban incluso: ¿por qué debería haber pensado otra cosa?, ¿debería acaso dudar, a partir de ahora, de todo testimonio visual como en efecto pongo en entredicho toda noticia, artículo o texto escrito que me encuentro navegando por el vasto ciberespacio?

Como sucede siempre que algo se vuelve viral —seguramente tu madre, tu tío e incluso tu abuelo hayan visto las imágenes y alucinado—, las noticias, opiniones, remakes y reapropiaciones se multiplican por miles

Por poner un poco en contexto al lector, el pasado fin de semana del 25 y 26 de marzo de 2023 circularon por todas las redes sociales, plataformas y medios de comunicación existentes unas imágenes del Papa vestido con un outfit de Balenciaga, como si se tratara de una auténtica rockstar. Como sucede siempre que algo se vuelve viral —seguramente tu madre, tu tío e incluso tu abuelo hayan visto las imágenes y alucinado—, las noticias, opiniones, remakes y reapropiaciones se multiplican por miles; la información se mueve a toda velocidad, se hacen memes, se difunden los memes y llega un momento en que resulta indistinguible realidad y ficción e inaccesible el contenido original: es imposible rastrear la imagen originaria, el testimonio privilegiado, genuino, el signo del que partió el resto de signos, siguiendo la misma dinámica que la de una avalancha sin fin.

En esta ocasión, se trataba de uno de los primeros casos (sino el primero, según se ha afirmado desde numerosos medios) en que una imagen generada con Inteligencia Artificial engañaba a tantísima gente y actuaba como una ilusión efectiva de forma viral —como un truco de magia—, haciéndose pasar por real lo que en realidad no era sino una broma, un divertimento banal, y haciendo creer masivamente a la población que el Papa, efectivamente, lucía por el Vaticano un traje de Balenciaga. Acostumbrados a lo extraordinario y al shock como estamos, en un tiempo marcado por la hipernormalización de nuestros hábitos y creencias (“hipernormal” es un término acuñado por el antropólogo ruso Alexei Yurchak para hacer referencia al diario y normalizado bombardeo de lo catastrófico, de lo inverosímil e inconcebible, que acabamos asumiendo e integrando en nuestra rutina como cotidiano e incluso anodino), para muchos estas imágenes del Papa desfilando con un elegante y moderno vestido de la casa de moda de lujo española les resultaron sorprendentes pero no improbables, es decir, verosímiles, creíbles, en la medida en que todavía otorgamos a la imagen una capacidad profundamente reveladora, la función de decirnos y relatarnos lo mundano que acontece, de desvelarnos aquello que sucede más allá, aquello que no podemos ver con nuestros ojos en directo pero que se nos presenta inocente y directamente ante nuestra visión, como si se tratara de una fiable confidente. Fueron muchos los que, como yo, únicamente sonrieron tímidamente al ver las imágenes y siguieron haciendo scroll por la pantalla. De modo que, en este ejemplo que comento, se cumplía el segundo de los casos que anticipaba al inicio —la segunda tipología—: la ficción se hacía pasar por realidad, la mentira por anécdota mediática, el engaño por evento.

Fueron muchos los que, como yo, únicamente sonrieron tímidamente al ver las imágenes y siguieron haciendo scroll por la pantalla

Más allá de esta trampa visual en la que muchos caímos, generada a través de una IA, hubo quien también leyó la noticia de la colaboración del Vaticano con Balenciaga a posteriori del meme viral del Papa —quizás demasiado rápido, quizás con el deseo y la confianza de que esta fuera cierta— y efectivamente creyó que aquello que leía era cierto (de nuevo, repito, yo me incluyo entre quienes no dudaron ni tan siquiera por un momento de la veracidad de esta noticia satírica). Tanto es así, que varios medios tuvieron que desmentir la noticia. En esta ocasión también las imágenes servían de testimonio y reflejo de la realidad, aunque este reflejo no fuera espejo fidedigno sino espejismo bastardo y perverso, artimaña divertida y traicionera. A pesar de lo surrealista y absurdo de la noticia, el comprobante visual de lo que se exponía afianzaba la noticia, sin dejar ningún lugar a la duda. Se dice que una imagen vale más que mil palabras y en estos casos bien pudiera ser cierto, pues las imágenes suponen un indicador mayor de veracidad (un signo al que otorgamos mayor validez que a cualquier otro), un grado más elevado de verificación; hacia las cuales profesamos, igualmente, un mayor respeto y confianza, una cierta veneración —por lo menos así venía siendo desde tiempo atrás—. Fe ciega ante lo que vemos, aunque esto sea un simulacro. Pero, cabe preguntarse, ¿de qué hablamos exactamente cuando nos referimos a la idea «simulacro» hoy en día? Y, lo que es más, ¿qué supone en la actualidad pensar el simulacro, la condición simulacral de algunos de nuestros productos cuturales, especialmente de las imágenes, en el actual paradigma de la cultura visual claramente marcado por el auge de la IA?

El filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard comienza su conocido libro Cultura y simulacro señalando que la fábula de Jorge Luis Borges de aquel mapa con las mismas dimensiones que el propio territorio descrito se ha vuelto caduca e insuficiente para comprender la naturaleza y ejercicio de los simulacros. Estos no son ya esa similitud ilusoria con respecto a una referencia verdadera, sino que se expresan a través de una ontología constituyente: crean la propia realidad, las formas de hacer, ver y pensar. Esto mismo es lo que ha sucedido con muchas fake news que han anunciado la quiebra de una empresa y que, sin ser esto cierto, han devaluado su valor en bolsa e incluso han llegado a llevarlas efectivamente a la ruina. En este sentido, un caso flagrante es el del colectivo artístico The Yes Men, quienes asumen el simulacro, su potencial mediático y su motor ilusionista como modus operandi a la hora de proyectar sus engaños masivos. En un fantástico texto (The Yes Men y el verdadero arte de la mentira política), Paz Sastre atribuía a este colectivo el poder del “arte de la mentira política” y explicaba varias de sus acciones más conocidas y con consecuencias más acentuadas, como fue el caso del Bophal Disaster, que la autora del artículo narra de la siguiente manera:

“El 3 de diciembre de 2004, un directivo de la Dow Chemical apareció en el telediario de la BBC World. Declaró en directo que la empresa se hacía por fin responsable del desastre de “Bhopal Disaster” que había causado entre la población india miles de muertes desde 1984. La actual propietaria de Union Carbide Corporation dedicaría un fondo de 12 billones de dólares para compensar a las víctimas y limpiar completamente la zona que seguía contaminada veinte años después. La verdad es que el tipo no era un directivo sino un artista del grupo The Yes Men. La noticia se hizo viral y provocó en 23 minutos que el valor de las acciones de la Dow cayera un 4.24% perdiendo temporalmente 2 billones de dólares de su valor de mercado”.

Escondidos a simple vista, maquiavélicos y estrategas, han hecho uso del simulacro para cambiar el mundo al anticiparse a él, performando con el discurso, con la palabra

Otro caso sonado fue el de 2010 de General Electric, cuando circuló un comunicado que anunció la restauración al gobierno de 3.2 billones de dólares que se había ahorrado el año anterior en impuestos. Las acciones de General Electric cayeron 4 centavos en las primeras horas de la tarde. La noticia era falsa, el efecto fue real: el simulacro tuvo impacto, y lo seguiría teniendo una y otra vez. De hecho, el 10 de abril de 2015, General Electric anunciaba que repatriaba voluntariamente las ganancias a Estados Unidos pagando por completo los impuestos sobre ellas. Esta vez la noticia era real. La fuerza del simulacro, en manos de intereses combativos, críticos con el sistema capitalista y sus lógicas mercantiles, ha servido, como se puede comprobar, a The Yes Men para tomar la delantera, o para contratacar, mejor dicho (pueden visionarse varios documentales sobre sus acciones en YouTube, como el titulado The Yes Men Fix The World), teniendo un impacto sobre empresas y sobre la sociedad civil. Escondidos a simple vista, maquiavélicos y estrategas, han hecho uso del simulacro para cambiar el mundo al anticiparse a él, performando con el discurso, con la palabra.

En esta misma línea, se preguntaba Rosa Olivares muy agudamente: “¿Quién se atreve a crear esas imágenes que no solo son falsas, sino que pueden ser peligrosas?”

De igual modo, no es descabellado pensar que este tipo de dinámicas simulacrales crezcan con la implementación de la IA en la generación de imágenes, tal y como apuntaba hace varias semanas Rosa Olivares en su texto de opinión Verdad, mentira y todo lo contrario, donde hacía ver que, por ejemplo, las imágenes creadas hace algo más de un mes con una IA de Donald Trump siendo arrestado brutalmente por la policía en EEUU podrían haber llegado a desatar un levantamiento, podrían ciertamente haber generado un asalto como el del Capitolio, con muertos y consecuencias impredecibles. El simulacro, en manos equivocadas, intensificado por la viralidad de la imagen y la estulticia de un gran rebaño de borregos, puede resultar, claro está, un peligro incalculable, impredecible, cuyos efectos todavía no conocemos del todo, y no solo un arma de defensa creativa como en el caso de The Yes Men. En este ejemplo de las imágenes del líder norteamericano, debido a su evidente falsedad por la clara falta de nitidez, y a que enseguida fueron desmentidas y denunciadas, no causaron ningún perjuicio, lo que no significa que este tipo de dinámicas no puedan ocasionar próximamente un grave problema social, con acontecimientos trágicos que, por seguro, sentarán precedente de aquí a poco tiempo. En esta misma línea, se preguntaba Rosa Olivares muy agudamente: “¿Quién se atreve a crear esas imágenes que no solo son falsas, sino que pueden ser peligrosas?”. Desde luego, no estamos todavía preparados para lo que viene, para este tipo de desafíos, ni a nivel laboral ni tampoco académico o social, pero ni tan siquiera a nivel estético, epistémico y creativo —como ahora trataré de exponer—.

En el caso de las imágenes del Papa, estas sí que pasaron por genuinas, como antes apuntaba, por lo menos para muchos despistados y confiados como yo, aunque por supuesto no generaron ningún perjuicio o impacto social o político relevante, más allá de su circulación viral en forma de meme o imagen divertida y alguna que otra aclaración mediática. Otras imágenes-simulacro generadas a través de Inteligencia Artificial que pasaron desapercibidas (mejor dicho, camufladas como “imágenes fotográficas”) y que han sentado un precedente histórico muy recientemente son varias: la imagen generada con IA, a través de la herramienta de Absolutely AI, que representaba una enorme playa con unas gigantescas olas rompiendo en pleno atardecer y que fue galardonada en el concurso de fotografía de DigiDirect y —la que ha sido más sonada hace bien poco— la imagen Pseudomnesia: The Electrician generada con IA por parte del fotógrafo Boris Eldagsen, quien sería distinguido nada más y nada menos que con el Sony World Photography Award. Este sería premiado en la categoría creativa por la susodicha imagen, que no era en realidad lo que parecía (o que, para ser más exactos, no estaba hecha como parecía que había sido en efecto realizada).

Otras imágenes-simulacro generadas a través de Inteligencia Artificial que pasaron desapercibidas (mejor dicho, camufladas como “imágenes fotográficas”) y que han sentado un precedente histórico muy recientemente son varias

En el primero de los casos, la imagen fruto de la “imaginación” de Absolutely AI, ganó un popular concurso de fotografía de DigiDirect con “una toma con un dron de un par de surfistas al amanecer”. “Es una imagen hermosa, pero no es real, al menos no en el sentido tradicional”, explica la empresa en un comunicado. Absolutely AI reconoció que fue un engaño. Si profundizamos un poco en el caso vemos que, en un juego burlesco, se habían presentado bajo el nombre de Jan van Eycke, el pintor del siglo XV conocido por crear la obra de arte más robada de todos los tiempos. “Lo hicimos para demostrar que estamos en un punto de inflexión con la tecnología artificialmente inteligente al pasar la prueba definitiva. ¿Podría una imagen generada por IA no solo pasar desapercibida (ninguna persona que haya visto la imagen haya sentido algo fuera de lo común) sino que un experto en fotografía le otorgue el primer premio? La respuesta es rotundamente sí”, argumentaba la compañía.

Algunas de estas cuestiones han sido expuestas y desarrolladas en la serie Westworld, en la que Lisa Joy y Jonathan Nolan (creadores de Westworld) nos presentan un mundo creado por humanos (Westworld) donde todos sus habitantes son robots (llamados “huéspedes”) indiferenciables de los propios humanos. Los humanos pagan por ir a este mundo artificial para vivir sin ningún tipo de límites morales (violan y asesinan a placer), económicos (pueden adquirir lo que les apetezca) e incluso físicos (son inmortales). Westworld es entendido por los “visitantes” no solo como un espacio donde dar rienda suelta a su libre albedrío, sino como una posibilidad de autoconocimiento mayor: una oportunidad para encontrarse a uno mismo. De esta forma, se habla en numerosas ocasiones en la serie de que Westworld es más real que el mundo real. A lo largo de la serie, y con respecto a los huéspedes, se plantea en numerosas ocasiones el dilema de: “si no puedes percibir la diferencia, ¿acaso importa?”. Este punto es de gran importancia, pues implica que debemos comprender Westworld como un mundo que no es ni real ni imaginario, ni verdadero ni falso. Muchas de estas cuestiones laten en la propuesta de Absolutely AI y en su forma de concebir la creación y, en concreto, en su manera de pensar y proyectar los horizontes de la fotografía. (Cabe atender a la enorme dificultad legal y jurídica que se está dando a este respecto. Por ejemplo, en el caso de Getty Images, una de las agencias de imágenes más importantes a nivel mundial, esta ha iniciado un procedimiento legal ante el Tribunal Superior de Justicia de Londres contra Stability AI, alegando que la empresa infringió los derechos de propiedad intelectual, incluidos los derechos de autor en el contenido que posee o representa la agencia de imágenes. No es la única que ha emprendido un proceso judicial contra estas plataformas. Los artistas Sarah Andersen, Kelly McKernan y Karla Ortiz también han presentado una demanda colectiva contra Stability AI, DeviantArt y Midjourney por el mismo motivo).

“Es algo en lo que tenemos que reflexionar como comunidad. La IA no es fotografía y no debería competir en la misma categoría”, aseguraba Eldagsen

Por contrapartida, el segundo de los casos mencionados, si bien era similar en cuanto a la técnica de realización de la imagen (mediante IA), la intencionalidad o reivindicación en cuestión era diametralmente opuesta. Boris Eldagsen (miembro de la Academia de Fotografía de Alemania) envió lo que parecía que era una fotografía en blanco y negro y tono sepia, de estilo antiguo, como de las primeras décadas de siglo XX, de dos mujeres de distintas generaciones, y ganó la categoría creativa (además de ganar en la categoría creativa lo había hecho en la general, lo que le garantizaba un premio de 5.000 euros y material fotográfico de Sony que pensaba donar a un festival fotográfico de Odesa, Ucrania). Sin embargo, ante el galardón que se le concedía, sin saber el jurado de la verdadera naturaleza de la imagen, este fotógrafo berlinés de 52 años rechazaba el premio y exponía: “Mi objetivo era abrir un debate, y lo he conseguido”. Su voluntad no era otra que la de poner a prueba al reconocido concurso, con lo que decidió concurrir él mismo con una de sus creaciones, titulada The Electrician, de la serie Pseudomnesia (término que significa falso recuerdo y que podría haber dado alguna pista a los jueces). Contento con el impacto mediático de su acción, al servirse del anciano arte de la mentira (en este caso, de un arte mentiroso implementado gracias a una herramienta contemporánea), Eldagsen abría el urgente debate de abordar el hecho de que, en sus palabras, el realismo de las imágenes generadas por la IA es tal que cada vez cuesta más diferenciar un original de una imagen creada por algoritmos. “Es algo en lo que tenemos que reflexionar como comunidad. La IA no es fotografía y no debería competir en la misma categoría”, aseguraba.

En torno a este debate hay voces muy contrapuestas y posicionamientos diversos en la actualidad: “La primera gran polémica se suscitó en septiembre de 2022 cuando una imagen generada por IA ganó una competición artística en Estados Unidos”, recuerda Chis Vallance, experto en tecnología de la BBC. “Pero la capacidad tecnológica aumenta semana tras semana, y para los propios fotógrafos y artistas resulta cada vez más difícil detectar los fallos en las imágenes generadas por inteligencia artificial”, añadía el propio Vallance. ¿Qué solución o senderos se vislumbran ante este nuevo paradigma que marca el auge de las inteligencias artificiales? Al respecto del medio fotográfico, Boris Eldagsen, quien no rechaza el uso creativo de la IA —pero sí rechazó de inmediato el premio que se le había concedido—, propone llamar a este tipo de creaciones con otro nombre para que al menos nominalmente queden diferenciadas. “Llamarlas promptografía”, aclaraba. El prompt es el texto que se usa para describir la imagen que se quiere generar para hablar con la IA.

Sin embargo, quizás cabe destacar, a todo esto, que existen muchos artistas y proyectos creativos que se sirven de la IA para ir más allá de este peculiar «arte de la mentira»

En un tono un poco vanidoso y fanfarrón, exponía Eldagsen el día de la entrega de premios en la Somerset House de Londres lo siguiente: “Gracias por seleccionar mi imagen y hacer de esto un momento histórico, porque es la primera imagen generada con IA que gana una prestigiosa competición internacional de fotografía. ¿Cuántos de vosotros sabíais o sospechabais que estaba generada con IA? Hay algo aquí que no cuadra, ¿verdad?”. También añadía: “Para nuestras democracias es absolutamente necesario que se distinga a la perfección en los medios de comunicación qué imagen es real y cuál no”. Al leer estas contundentes afirmaciones, enseguida me vino a la cabeza la imagen que publicó en portada El Mundo el pasado 4 de abril, donde se veía a Pablo Iglesias y a Yolanda Díaz caminando sonrientes de la mano. La imagen, de nuevo, estaba creada con Inteligencia Artificial y, si bien el medio avisaba de su naturaleza ficticia, el impacto visual era considerable y el precedente que marcaba igualmente notorio.

Sin embargo, quizás cabe destacar, a todo esto, que existen muchos artistas y proyectos creativos que se sirven de la IA para ir más allá de este peculiar «arte de la mentira», del intentar hacer pasar por real lo que nunca sucedió y que exploran, en algunos casos, en torno a la memoria histórica, la colección y el archivo de manera arqueológica, como lleva tiempo haciendo magníficamente Andrés Pachón, o que evidencian, en muchos otros, las propias potencialidades y peligros de este medio maquínico (de la IA), como es el caso de Taller Estampa, entre muchos. Ambas líneas de trabajo, de gran utilidad e interés, ambas concebidas como prácticas fotográficas, están expandiendo las posibilidades del medio y su campo de acción, de eso no cabe ningún tipo de duda.

El problema y la virtud del simulacro, mediado y articulado en estos casos a través de las imágenes, es su enorme impacto social, su capacidad de generar relatos a partir de la nada, de articular pantomimas y fantasías inexistentes. Su peligro es masivo, es el del engaño contemporáneo, el del arte de la mentira (viral). En este sentido, Jean Baudrillard explicaba cómo el simulacro no es posterior por un ejercicio de calco de la realidad, sino previo con respecto a la misma: configura y chantajea a lo real, y deviene así más real que lo real, como anteriormente se anticipaba. Esto es: «hiperreal». Esta misma «hiperrealidad» es la que se aplicaba en mi fantasía de la colaboración Vaticano x Balenciaga; la misma que peligrosamente puede reproducirse en muchos casos en un futuro cercano, como ya sucedía también con el ejemplo de Donald Trump; la misma que abre los debates sobre el rumbo y ontología de la fotografía (medio que, por otra parte, lleva mucho tiempo viéndose afectado por la aparición de tecnologías que acompañan su evolución y mutan su naturaleza, como Photoshop, por citar un ejemplo muy evidente). Con este planteamiento que ahora traigo a colación, Jean Baudrillard se anticipaba a uno de los grandes dilemas de la cultura visual de nuestro tiempo: la indistinción entre lo real y lo imaginario, la borradura o desdibujo de los límites (hasta el momento evidentes) entre lo verdadero y lo falso por la generación simulada de diferencias. No existe ya una dicotomía evidente, y de hecho cada vez más, con el perfeccionamiento técnico de la generación de imágenes por machine learning a través de IAs, esta duda ontológica con respecto a la naturaleza de las fotografías irá en aumento hasta que pasemos a normalizar esta sospecha de la mirada, convertida quizás, de la mano de una sensibilidad irónico-cínica, en una duda estéril, en una ambigüedad sin precedentes. La hiperrealidad de las imágenes, su carácter simulacral, puede acrecentar más si cabe nuestra condición social de hipernormalidad a la que me refería previamente (he ahí uno de los graves peligros a nivel social y colectivo), si llegara el momento en que lo imposible se convirtiera en contenido rutinario, el meme y el periodismo en un mismo ente enmarañado, y el arte de la mentira en arte a secas —en política, también, aún más—.

Si todo es posible, todo puede ser normal, puede ser la norma y, por tanto, aceptable, visible sin pena ni gloria

El problema de las imágenes-simulacro es por tanto político y acuciante. Siguiendo el término que acuñaba el antropólogo Alexei Yurchak, nos imbuimos peligrosamente en una era donde todo lo imaginable (también lo inimaginable, si damos rienda suelta a la “imaginación maquínica”) puede aparecer traducido como contenido visual; una era de la hipernormalización que puede llevarnos a un estado profundo de paralización y estupefacción moral, de inacción, distanciados de las problemáticas sociales y de sus agravios. Si todo es posible, todo puede ser normal, puede ser la norma y, por tanto, aceptable, visible sin pena ni gloria. Si ya nada es excepcional —o mejor, si todo lo es—, ningún mensaje, ninguna imagen quizás pueda punzarnos —o esto resulte cada vez más complejo—; si todo es simulacro, lo más probable es que a un primer estado de angustia estética le siga un generalizado escenario de nihilismo social, político (transición en la que ya estamos imbuidos): un mundo posirónico que se viva a distancia, que se sufra también a distancia. El arte de la mentira será el arte del futuro, ya lo es del presente y lo fue del pasado en cierto modo, en ciertas ocasiones. Toca pensar qué tipo de espectadores queremos ser y qué tipo de obras vamos a crear: para quiénes, por qué y cómo. Toca abrir debate sobre este singular arte de la mentira, esta actualización del simulacro que la IA ha traído consigo y que ha llegado a nuestras vidas para quedarse.