A mediados de 1988, el ingeniero norteamericano Timothy C. May distribuyó entre algunos amigos y compañeros del sector un breve texto titulado The Crypto Anarchist Manifesto. En el escrito, el autor detallaba emocionado las maravillosas posibilidades de una tecnología que, hasta hacía escasos meses, solo había sido imaginada y planteada a nivel teórico. El texto de Timothy C. May presentaba la cryptoNet y la criptografía desde un punto de vista liberador y revolucionario. Esta novedosa capacidad de cifrado permitía a los usuarios —a los famosos y ficticios Alice y Bob— intercambiar mensajes de manera verdaderamente privada, sin intermediarios y sin posibilidad de filtraciones. La intimidad y el derecho al secreto parecían hacerse realidad a través del ecosistema crypto. El rumor y la conspiración encontraban finalmente una vía segura de expresión que facilitaba la organización política y alimentaba rápidamente los sueños más húmedos de cualquier utopista.
Timothy C. May iniciaba el texto parafraseando la primera oración del Manifiesto Comunista —“a specter is haunting the modern world, the specter of crypto anarchy”1“Un espectro recorre el mundo moderno, el espectro de la criptoanarquía”.— y continuaba el escrito igualando el nacimiento de la criptografía a la invención de la imprenta. El ingeniero norteamericano enumeraba a continuación las bondades de una herramienta que, a su parecer, podía hacer tambalear a los gigantes corporativos e incluso, a la propia idea de estado. En el juego de metáforas que vertebraba el pasquín, el joven Timothy C. May describía el mundo crypto como unas cizallas con las que se deberían poder desmantelar las afiladas concertinas que protegen y salvaguardan la propiedad intelectual. Una invitación ingenua y poco contundente al levantamiento servía de conclusión al breve e incendiario discurso.
La posibilidad de independencia virtual y la promesa de una opacidad real en el entorno digital emocionaban a algunos de los usuarios más comprometidos y activos de la red
The Crypto Anarchist Manifesto fue presentado públicamente el mismo año de su redacción durante la conferencia Crypto 88’ y poco después fue debatido durante la cuarta edición de Hackers, un evento multitudinario realizado en la bahía de San Francisco donde las personas interesadas en programación, informática, nuevas tecnologías y Do It Yourself culture acudían desde 1984. En aquellos espacios el texto adquirió cierta notoriedad y fue ampliamente difundido. La posibilidad de independencia virtual y la promesa de una opacidad real en el entorno digital emocionaban a algunos de los usuarios más comprometidos y activos de la red. La conversación sobre propiedad intelectual y privacidad fue popularizándose progresivamente y dio lugar a la búsqueda compartida de una armadura que pudiera proteger la información de la amenaza del panóptico estatal, de la mirada vigilante, penetrante y permanente de la autoridad. Atravesados por estos ideales aparentemente ácratas vieron la luz en los años posteriores softwares como PGP (Pretty Good Privacy) o propuestas como el Manifesto Cyberpunk de Eric Hughes que compartían algunos lugares, relatos y objetivos con el texto de Timothy C. May.
Asimismo, la conversación alrededor de la criptografía creció alimentada por las necesidades de Internet y prosperó bajo el refugio prestado por el conglomerado industrial de Silicon Valley. Durante los 90 y la primera década del siglo XXl las propuestas relacionadas con el ecosistema crypto se multiplicaron ya que, en algo menos de un lustro, las herramientas de cifrado se habían convertido en un elemento fundamental para el desarrollo de cualquier software, start-up o proyecto digital. La criptografía había sido asumida y digerida por el mercado y sin demasiado remordimiento se alejaba de las fantasías libertarias de Timothy C. May.
En forma de NFT, la ambición mercantilista de Timothy C. May encontraba una herramienta con la que cumplir y satisfacer sus deseos neoliberales más salvajes
Tuvimos que esperar hasta la crisis económica de 2008 para poder entender mejor los poderes premonitorios del ingeniero norteamericano, cuando como resultado de la desconfianza en el sistema bancario tradicional y las movilizaciones populares en contra de la irresponsabilidad del sistema financiero global, casi anónimamente, rodeado de misterio e incógnitas, se publicó el whitepaper —la hoja de ruta— de lo que se conoce hoy en día como Bitcoin.2Bajo el título de Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System, Satoshi Nakamoto, del que no se conoce su verdadera identidad, presentó al mundo un documento de escasas 9 páginas donde se explicaba y detallaba el funcionamiento de lo que más adelante sería el Bitcoin. En ese momento, la criptomoneda fue asociada a otros movimientos tecnoadaptados con vocación social como Ocuppy Wall Street, la filosofía copyleft o las redes de conocimiento OpenSource. Sin embargo, esas relaciones intuitivas, generadas casi únicamente por cercanía, no respondían a la compleja realidad del contexto. Lo que en un principio, a nivel estético, formal y conceptual, parecía una llamada a la insurrección y al cuestionamiento de la propiedad privada en su forma más esquiva —la inmaterial—, no tardó en descubrirse como una propuesta cosmética que escondía tras su léxico revolucionario un proyecto de privatización salvaje e indiscriminado. Timothy C. May, confirmando treinta años después su profunda comprensión de la historia del capital, ya había desvelado fugazmente en su manifiesto la naturaleza del entorno crypto que poco tenía que ver con la democratización de los medios de producción o con la redistribución equitativa de la propiedad. El ingeniero escribía en 1988: “Combined with emerging information markets, crypto anarchy will create a liquid market for any and all material which can be put into words and pictures”.3“En combinación con los mercados de la información emergentes, la criptoanarquía creará un mercado líquido para todo el material que pueda expresarse en palabras e imágenes”. Timothy C. May, The Crypto Anarchist Manifesto (1988). Se habría entonces un mercado permanente para todo aquello que pudiera ser nombrado.
La aparición del Bitcoin y la consiguiente popularización de la tecnología blockchain — conocida y utilizada desde la década de los 90— asaltaron bajo ese mismo dogma, por sorpresa y con vehemencia, el mercado del arte. En forma de NFT, la ambición mercantilista de Timothy C. May encontraba una herramienta con la que cumplir y satisfacer sus deseos neoliberales más salvajes. Si el net.art o arte digital había generado en algún momento una ligera incomodidad al mercado artístico, incapaz de adaptar sus lógicas de adquisición al new media, el NFT se presentaba como una solución ideal para el coleccionista, para el galerista, para el marchante y para el feriante. Casi como la inversión del ready-made o el negativo de la performance, lejos de liberar al arte de la materialidad y por lo tanto de su forma mercantilizable, el NFT —cansado de fingir que es la cizalla que reta a la concertina— “consigue desplegar la categoría de arte para extraer la propiedad privada de la información libremente disponible”4David Joselit, NFTs, or The Readymade Reversed (October 175, 2021), pp. 3-4 [https://doi.org/10.1162/octo_a_00419]. Referencia y reflexión obtenida de Juan Martín Prada, Teoría del arte y cultura digital (Madrid: Akal, 2023).. Justo esa es su única función: certificar la pertenencia y la escasez verificable de bienes que son infinitamente reproducibles y que, en muchas ocasiones, ya han sido compartidos públicamente con anterioridad5“Ciertamente, lo más problemático de los NFT está en servir como tecnología productora de escasez verificable respecto a bienes que son por naturaleza infinitamente reproducibles y que, muchas veces, los propios artistas comparten en abierto”. Ibid..
El NFT, en vez de ser cizalla, es claramente concertina
Bibliografía recomendada
Esta contradicción hace del coleccionista —ahora cryptobro— un sujeto completamente desquiciado que sufre las consecuencias de ser propietario de un activo que circula libremente por todo el planeta. La persecución y la necesidad de certificar la escasez verificable de algo que habita la abundancia y la imposibilidad de verificación lleva al astuto millonario a acciones como la que el 30 de julio de 2022 protagonizó el empresario Martín Mobarak. Desde su mansión en Miami —la cryptomeca—, el emprendedor mexicano de 57 años de edad decidió quemar públicamente la obra titulada Fantasmones Siniestros de Frida Kahlo como parte de un grotesco stunt publicitario con el que intentaba promocionar la versión digital de la pieza que él mismo había acuñado. Durante el rito chamánico, el empresario —vestido con una americana cuyas lentejuelas dibujaban la cara de la artista mexicana— liberó a la obra de su marco, saludó a sus invitados y, rodeado de cámaras, colocó la pieza sobre una copa de martini llena de hielo donde procedió a prenderle fuego. Posteriormente, como si nada hubiera pasado, se continuó con la fiesta.
Martín Mobarak había adquirido Fantasmones Siniestros en la galería Mary Anne Martin en 2015 por más de diez millones de dólares. Su plan con esta acción era multiplicar por cuatro su inversión a través de la distribución de 10.000 NFTs de la propia obra al precio de tres Ethereum por pieza, generando así un retorno estimado de 41 millones de dólares.
Tal vez en algo similar estaba pensando Damien Hirst cuando presentó The Currency, una serie compuesta por 10.000 piezas físicas de las que se habían creado sus correspondientes NFTs. El coleccionista que adquiriera alguna de las obras tenía un año para decidir si prefería la pintura o su versión digital. Tras la elección, la opción descartada sería calcinada. 5.149 coleccionistas decidieron quedarse con la obra física y 4.851 —entre ellos el propio Hirst— optaron por mantener el NFT. Con la intención de cuestionar las lógicas del mercado pero, sobre todo, con el objetivo de hacer dinero, durante la presentación del acto final de esta gran campaña de marketing, el artista, a modo de conclusión, quemó las copias físicas de The Currency que avalaban los NFTs. Finalmente alguien había conseguido tranquilizar a los coleccionistas: ya no hacía falta que los empresarios se tuvieran que esforzar en quemar ellos mismos las obras que adquirieran. En este caso es el artista quien anticipa y, generosamente, integra el proceso especulativo en la propia pieza.
La crítica aquí no pretende revivir una conversación sobre el valor de uso y el aura benjaminiana sino señalar la acción tokenizadora que se esconde tras el acto juvenil y alocado
Asimismo, es importante señalar que la crítica a esta acción poco tiene que ver con la intolerancia hacia el acto incendiario o con alguna molestia generada por la vulneración de un supuesto patrimonio. Sería ingenuo suponer que estas performances autolesivas o directamente iconoclastas nunca antes habían sido registradas en la historia del arte contemporáneo. Las galletas de John Baldessari, el manifiesto sobre arte autodestructivo de Gustav Metzger, la conocida Zone de Sensibilité Picturale Immatérielle de Yves Klein e incluso la misteriosa desaparición de Bas Jan Ader son quizá algunos ejemplos de esta forma de crear.
La crítica aquí no pretende revivir una conversación sobre el valor de uso y el aura benjaminiana sino señalar la acción tokenizadora que se esconde tras el acto juvenil y alocado que supone la destrucción de una pieza. En esta ocasión, el fuego tiene poco de revolucionario y mucho menos de artístico. En este caso la llama no es un compromiso creativo o una condición conceptual imprescindible para llevar a cabo la obra. La llama es solo eso, una llama, una herramienta con la que uno puede desprenderse de lo que ya no quiere. Lo que antes suponía la pesadilla del mercado —lo virtual, lo informe, lo que carece de materialidad— gracias al blockchain ahora puede tener una liquidez y una movilidad mucho mayor que cualquier lienzo, escultura o instalación. No obstante, este aparente dinamismo resulta una cuestión estética. La tecnología NFT, sustentada literalmente sobre una cadena digital, está diseñada para realizar la acción contraria al movimiento: el NFT petrifica, congela y convierte en mármol lo que antes era más ligero. El NFT es un ancla. El NFT, en vez de ser cizalla, es claramente concertina.
Es el Rolex en la muñeca, el Bugatti en el garaje, el Beeple en el salón y la crypto en la cartera lo que ahora representan identitariamente a un “buen” hacker, a un “buen” revolucionario
No obstante, es interesante contemplar cómo, a pesar de la trasparente ambición especulativa que revelan las acciones de Martín Mobarak y Damien Hirst, haciendo justicia a la etimología que le da nombre, el ecosistema crytpo ha conseguido confundir los términos que lo definen y maquillar así su relato, logrando que el proyecto de mercado más salvaje de la última década sea percibido como un espacio de liberación, contracultura y rebeldía. Ya resulta habitual escuchar a Andrew Tate y a sus dobles regionales animar a su audiencia a “salir de la Matrix” o a “romper el sistema” en discursos donde una masculinidad en esteroides se mezcla con consejos de inversión propios del peor Bernie Madoff. En esas arengas, difundidas en vídeos de TikTok a pantalla dividida donde el cryptobro comparte espacio con un gameplay de Subway Surfers, la retórica utilizada iguala al millonario con el líder de una revolución y al especulador sin escrúpulos que se ha hecho rico a través de una estafa Ponzi o un Rug Pull con un antisistema. En esta interesante comunidad vertebrada por grupos de Discord, hilos de Twitter —ahora X— y discusiones en Reddit, el léxico propio del entorno hacker, diseñado y utilizado en origen para nombrar la disidencia, la grieta y la lucha contra la propiedad privada en Internet, se utiliza ahora para nombrar los procesos de privatización más depravados del presente. El eslogan que McKenzie Wark rememoraba en su famoso manifiesto —“Obras del mundo, liberaos”— poco tiene que ver con los mantras de Amadeo Lladós —“¿Dónde está tu Rolex?”—. Sin embargo, es el segundo el que ahora parece haber conseguido abanderar la idea de insurrección y desobediencia. Es el Rolex en la muñeca, el Bugatti en el garaje, el Beeple en el salón y la crypto en la cartera lo que ahora representan identitariamente a un “buen” hacker, a un “buen” revolucionario.
Quizá, igual que como ocurre con la institución, desde dentro del desastre se ven posibilidades que desde fuera se habían dado por perdidas
En cambio, a pesar de lo que puede hacer pensar el texto que precede a este párrafo conclusivo, existen algunas formas de creación y organización dentro del ecosistema crypto que siguen siendo de interés como experimento para generar otro tipo de sociedad. Algunas DAO6DAO es el acrónimo de Decentralized Autonomous Organizations, una manera horizontal de crear comunidad basada en la generación y el mantenimiento de una estructura social colaborativa. Este sistema organizativo se popularizó en el entorno crypto desde su nacimiento y fue aprovechada por artistas y colectivos creativos para realizar sus obras o gestionar su financiación. Algunas historiadoras del medio reconocen como antecedentes las ideas de Charles Fourier o el Black Mountain Collage. Asimismo, al igual que la propia criptografía, las DAOs han sido conquistadas por la NeoWall Street, que aprovecha su naturaleza descentralizada para gestionar sus fondos de inversiones con —aún— menos limitaciones., las que consiguen no ser una liquidity pool gigante escondida tras un disfraz de procesos lumbung, son un espacio de creación en colectivo a tener en cuenta y solo posibles gracias a la propia tecnología que privatiza poco a poco nuestro presente. Quizá, igual que como ocurre con la institución, desde dentro del desastre se ven posibilidades que desde fuera se habían dado por perdidas. Quizá me equivoco y las DAO son solo una plataforma de inversión más. No obstante, sin intención y espacio para tratar con detalle esta cuestión, prefiero finalizar aquí el texto y recordar de nuevo la frase inaugural del manifiesto de Timothy C. May en la que el ingeniero rezaba: “A specter is haunting the modern world, the specter of crypto anarchy”.7“Un espectro recorre el mundo moderno, el espectro de la criptoanarquía”.
- 1“Un espectro recorre el mundo moderno, el espectro de la criptoanarquía”.
- 2Bajo el título de Bitcoin: A Peer-to-Peer Electronic Cash System, Satoshi Nakamoto, del que no se conoce su verdadera identidad, presentó al mundo un documento de escasas 9 páginas donde se explicaba y detallaba el funcionamiento de lo que más adelante sería el Bitcoin.
- 3“En combinación con los mercados de la información emergentes, la criptoanarquía creará un mercado líquido para todo el material que pueda expresarse en palabras e imágenes”. Timothy C. May, The Crypto Anarchist Manifesto (1988).
- 4David Joselit, NFTs, or The Readymade Reversed (October 175, 2021), pp. 3-4 [https://doi.org/10.1162/octo_a_00419]. Referencia y reflexión obtenida de Juan Martín Prada, Teoría del arte y cultura digital (Madrid: Akal, 2023).
- 5“Ciertamente, lo más problemático de los NFT está en servir como tecnología productora de escasez verificable respecto a bienes que son por naturaleza infinitamente reproducibles y que, muchas veces, los propios artistas comparten en abierto”. Ibid.
- 6DAO es el acrónimo de Decentralized Autonomous Organizations, una manera horizontal de crear comunidad basada en la generación y el mantenimiento de una estructura social colaborativa. Este sistema organizativo se popularizó en el entorno crypto desde su nacimiento y fue aprovechada por artistas y colectivos creativos para realizar sus obras o gestionar su financiación. Algunas historiadoras del medio reconocen como antecedentes las ideas de Charles Fourier o el Black Mountain Collage. Asimismo, al igual que la propia criptografía, las DAOs han sido conquistadas por la NeoWall Street, que aprovecha su naturaleza descentralizada para gestionar sus fondos de inversiones con —aún— menos limitaciones.
- 7“Un espectro recorre el mundo moderno, el espectro de la criptoanarquía”.